2 de mayo de 2008

MICROCUENTOS / Cervando Tapioca / Ximena García

A LAS CINCO DE LA TARDE

Justamente a las cinco de la tarde, Cervando Tapioca dio su último salto. Teatrero y circense - como era el viejo - quiso imprimir a su gesto un toque lorquiano, marcándolo en los relojes del subterráneo. Estos pestañearon repetidas veces ante la súbita interferencia, y en los carros detenidos, unos más que otros, los pasajeros manifestaron su molestia ante el corte de ruta.
Eran exactamente las cinco de la tarde. No fue hasta tres horas mas que terminaron de despegar los restos calcinados del viejo de entre las vías.
A todo esto, los relojes testigos ya no recordaban lo sucedido.

Cervando Tapioca
Santiago en 100 palabras /2006



LOBO

Corría en forma desesperada para salvar su vida pues sabía que a pocos metros un lobo le pisaba los talones.
Cada minuto que pasaba, se sentía más cansada y con menos fuerzas para seguir corriendo. Cuando ya no podía más se tiró al suelo y rápidamente el lobo se abalanzó sobre ella desgarrándole el brazo derecho.Despertó gritando y bañada en sudor y se pudo dar cuenta que todo había sido un mal sueño. Se acomodó en su mullida cama y al alzar el brazo derecho notó que este ya no estaba.

Ximena García

Publicado en La Mancha número diez






1 comentario:

Anónimo dijo...

Hambre

Por: Fabián Bravo Blanchemin.


—¡Ummm! Tiene usted unas manos privilegiadas— declaró Él, degustando lentamente un jugoso pedazo de carne.
—Gracias, pero creo que exagera.
—¡No, no! —Se apresuró Él— La sazón es perfecta, la textura, insuperable, y el sabor, sublime…
—Pero, coma, coma —invitó el hombre alargando una bandeja a su inesperado invitado—, hace ya bastantes años que no ceno en compañía…
¿De donde dijo usted que era? ¿Y su nombre? Perdone, pero los años me han ralentizado un poco.
—Bueno —replicó Él, ahogando una pícara risilla—, soy de todas partes, algo así como un “trotamundos”; y mi nombre, creo que ya lo he olvidado… la gente tiende a calificarme como les viene en gana; cosa que no me preocupa demasiado, déjeme decirle. Las personas son complejamente confusas; aún no logro comprenderlas… sin embargo, no dejan de sorprenderme, de forma muy grata, eso si. Como usted —observó Él, hincando el tenedor en un apetitoso filete, que inmediatamente trozó y llevó a la boca. Con la carne aún masticándola, Él continuó—: me intriga en demasía su extraña reclusión en esta austera choza, rodeada de árboles, todo tipo de alimañas, a kilómetros de la civilización…
—Es que— y el hombre se acercó a Él, por el costado de la mesa; bajó la voz, que paulatinamente se fue convirtiendo en un susurro— la gente cree que estoy loco, demente, orate…
—¿¡Loco usted!?— Se indignó Él— ¿Un hombre con las asombrosas cualidades que usted posee? He oído todo tipo de perogrulladas a lo largo de mi existencia, y déjeme decirle que ésta es la más descabellada de todas. ¡Por favor!
—No, si es cierto. Hasta la “caza” me es difícil con la mala fama que me he ganado, injustamente, por cierto. Entenderá usted, entonces, la razón por la cual no le he ofrecido un plato acorde con su altura, mi estimado amigo.
Además —prosiguió el hombre—, la gente me rehúye… ¡Qué más dificultad que esa, dígame!
—Insisto: es usted todo un artista culinario. ¿Cómo logra darle este sabor tan, cómo decirlo, cómo expresarlo, tan surrealmente exquisito? Perdone, pero no encuentro las palabras adecuadas para definirlo.
—Depende mucho de la “presa” a cocinar; entre más tierna, más joven, mejor, más exquisito es el sabor… esa que está disfrutando debe haber tenido alrededor de catorce años, a priori…
En los ojos del hombre se reflejó un ansia desmesurada, un deseo incontenible: él tenía hambre otra vez; requería comer, comer, y nada más que comer, para saciarse, para satisfacerse por completo… Él miró al hombre como quien mira un libro abierto; lo leyó a sus anchas, y se sorprendió de lo que había allí escrito.
—No quisiera abusar de su hospitalidad—dijo Él—, pero ¿tendrá usted más de este apetitoso plato?
—Me temo que no: esa era mi última comida… como le digo: cada día me es más difícil “cazar”…
—Le pido mil disculpas por este acto de tan ordinaria estofa. No debí importunarlo de esa manera, menos después de haberme brindado su hospitalidad de forma tan desinteresada.
El hombre se levantó de su silla, sin decir palabra alguna. Tomó su rifle, que descansaba sobre un sucio estante; se puso un harapo que semejaba un abrigo y se encaminó hacia la puerta.
—¡Pero para donde va a estas altas horas de la noche!
—A buscar comida…
—Siéntese. Disfrute conmigo este delicioso vino, y espere.
—¿Espere? ¿Esperar qué?
—Fe. Tenga fe, amigo mío… Todo se soluciona con fe, ¡créame!
En eso, se escuchó unos débiles golpes en los viejos maderos que hacían de puerta.
—¿Ve?—dijo Él, sonriente— ¿Qué le dije?
El hombre, mudo por la sorpresa, no hizo más que girar el pomo de la puerta. Y, al otro lado de ella, agazapada en si misma por el penetrante frío, y tenue por la escasa luz de la luna, que se filtraba por la frondosidad de aquel tétrico bosque, una mujer, de unos treinta años, le miraba con fruición.
—Disculpe—logró articular la mujer, que se movía de una lado otro tratando de atenuar el frío— me he perdido…
—Pero pase, pase, que hace allí muriéndose de frío…
—Gracias…
—No— replicó el hombre, emocionado por esta tan dulce coincidencia—, gracias a Usted. Llega justo para la “cena”…

nuevamente más que un comentario quisiera dejar un cuento corto de mi autoría. espero que les guste