EFÍMERA VANIDAD
Selección de Cuento
Breve Contemporáneo. cuentogotasVII
Editorial aBrace. Uruguay- Brasil 2007
La brisa de la
mañana hacía renacer la naturaleza toda. La suavidad de su encanto mecía las
plantas incitándolas a desperezarse. Era un arrullo, un canto a la vida. Sus
notas penetraron hasta mí provocándome un despertar lento… sereno… lleno de una
paz incalculable. El sol parecía llevar con él alguna delicada melodía, de
donde brotaban las ganas de vivir.
Decidí hacer a un lado las sábanas que
envolvían mis sueños y nacer entre ese murmullo de la mañana. Bañada por las
gotas de rocío de la noche anterior, yo conservaba aún su humedad. Extendí mis
brazos, despabilándome, a sabiendas de que el azul del cielo aguardaba con
ansias ver el hechizo de mis encantos. Aquella inmensidad de luz y calor
comenzaba a alumbrar dándole actividad a cuanto se encontraba bajo sus rayos.
“¡Oh, la creación, cuán milagrosa es!”, fue lo primero que mi mente pensó.
Comprendí desde ese instante la magnitud de aquel poder. El aire soplaba tenue,
casi imperceptible, y con ello contribuía a mecerme mientras terminaba de
avivar y secar mi lustrosa corola. De pronto, escuché unos pasos y el inmediato
sonido metálico de unas tijeras. ¡Ay! Había sido separada de mi madre y de mis
pequeñas hermanas, mis seres más queridos. Sin comprender la razón, fui trasladada
al interior de la casa donde todo era seco y sin savia.
Dentro de un búcaro de cristal, cuyo
contenido era sólo un poco de agua, quedé horrorizada al sentir un sabor a
medicina que empezaba a correr por mis venas. Comprendí que nunca más podría
regresar con mi familia, con los míos, a los cuales debía resignarme a ver a
través de una ventana. En medio de mi tristeza me abandoné a la sensualidad del
aire que entraba a la estancia. Todo parecía apacible, dulce, como el zurear de
las palomas… hasta que, de improviso, sopló una ráfaga que me volteó dejándome
de frente a un espejo que no había visto y que estaba pegado a la mesita donde
me encontraba. ¡Oh! ¡Oooh! ¡Cuánta belleza! Desde ese instante dejé de admirar
los muebles, los adornos, y la calidez de los rayos del sol que, furtivos,
entraban a colorear mis mejillas. Al mirarme, comprendí la razón por la cual
había sido escogida de entre las demás que todavía dormían con sus corolas
cerradas.