Llueve. Lento. Dulce e intermitente. Imposible es no recordarte...
También llovía la tarde de aquél viernes del otoño pasado. Llovía frío, con olor a invierno.
Olía a invierno... llovía frío y golpeado. Lo suficiente para amortiguar el ritmo de mis pasos y el girar de tu puerta.
Llovía frío afuera, pero, no en tu cuarto. Los vidrios de tu ventana estaban empañados en contraste con lo de afuera. El frío estaba afuera. Una ola de calor viciado me envolvió al abrir la puerta.
Allí estabas. Te veías tan pequeño... tan dramáticamente inofensivo insertado a pelo entre las ancas morenas. Tan desvalido en tu gesto y tu actuar... tus dos manos agarradas de unos hombros despreciativos, indiferentes, y tus caderas guerreras embistiendo una y otra vez el enorme trasero negro. Tu vientre (mi vientre amado), refregándose a destajo: de arriba abajo, de un lado al otro, en semicírculos extraviados por la urgencia de no perder tu erección (eso, lo adivinaba), y de atinar de una vez por todas en la cavidad precisa.
Te veías tan pequeño... tan frágil así, de bruces sobre las imponentes nalgas movedizas que, hasta sentí pena. Verte así, ante mi asombro desgarrado, sentirte así, con todos mis sentidos erizados:hozando, gruñendo como un cerdo encelado, gimiendo, retorciéndote de ganas por llegar a... no sé adonde.Sólo de ver tu desesperación chocando contra la pasividad de su entrega, supe que no había por donde. Todo no era más que un cuadro de contrastes: tu cuerpo albo subrayando una piel canela. El rítmico frenesí de tu vientre, contra la inercia indolente. Tus monosílabos apremiantes contra el desprecio tácito. Y tú, mi macho altanero, el que extraía en un dos por tres y sin esfuerzo, un orgasmo tras otro de entre mis piernas... ¿qué pasaba contigo? Estabas allí... jadeante, sudado, vencido, estrellado contra la indiferencia que provocan las diferencias.
Y ... es que te veías tan pequeño ensartado (tú, el ensartador) entre uno y otro montículo de la gran puta negra, que... (lo juro) hasta me dio pena, y despacio, cerré la puerta.
Olía a invierno aquella tarde del último otoño. La lluvia estaba fría y poco a poco, arrasó con toda la tibieza de mis lágrimas, con el temblor de mi pecho y con el vómito de amor atragantado en mi garganta.
Olía a invierno por dentro y fuera, y caminé sola hasta la esquina mientras la lluvia fría congelaba cada centímetro de mi esmirriado y deprimente cuerpo blanco.
Amanda Espejo
Grupo La Mancha
Publicado en el número uno de la Revista El Puñal.
El día sábado y por dato de mi amigo Agustín, me acerqué a las dependencias de la Biblioteca Municipal - Centro Cultural. Tal como lo dijo él, en la entrada, en una de las pizarras destinadas a promocionar eventos y efemérides, hay unos textos alusivos a los ESCRITORES DE QUILICURA, tema de por más olvidado estos últimos años por la autoridad saliente. Me costó creerlo, pero, más me intrigó el porqué de este recordatorio tardío, pues, en honor a la verdad, todo lo hecho últimamente en aquél lugar por escritores, ha sido por iniciativa de ellos mismos. Nunca nadie los ha convocado como invitados y con el debido respeto a la labor realizada por estos durante los últimos años. Es más: mirando un poco más atrás, los lanzamientos de libros que hubo en el último tiempo en el Centro Cultural, fueron sienpre de gente ajena a la comuna. Y no es que ello esté malo, pero nunca se invirtió un solo peso en ayudar a quienes profesan el amor a las letras en esta comuna. La respuesta fue invariablemente la misma: NO HAY PLATA PARA ELLO NI LO PERMITEN LAS NORMAS MUNICIPALES. Extraño - por decir lo menos -, ya que podría recitar el nombre de varias comunas queSIlo hacen y no es para nada mal mirado o ilegal, al contrario: es motivo de orgullo para ellas el contar entre sus habitantes personas que demuestren sus distintos talentos. Por eso mismo, quiero pensar que este gesto tardío, corresponde a una especie de despedida en "buena" de la Directora de la Biblioteca, señora Juana Peña, quien no pudo concretar los muchos planes que tenía en mente para con la literatura, uno de ellos, el que los dos textos expuestos en la pizarra y referentes a la importancia de la literatura infantil, fuesen valorados como tal y publicados en el periódico de quilicura. Craso error: el "periódico" siempre cumplió otras funciones , por todos demás conocidas. Para terminar, diré que llamó mi atención el color sobre el que están pegadas las hojas: verde...¿será que por fin la estrechez del naranja llegó a su fin? Para ser bien realista... está por verse. Sin embargo, se agradece el gesto desde este par de escritores, Agustín Rozas y Amanda Espejo, que tal como otros, faltantes en aquél espacio, siempre se esforzaron por cooperar sin mezquidades en cuanto a la difusión y estímulo del arte de las letras.
Los pormenores y detalles están escuetamente en la salle, a borde de página, como si fuese un manuscrito o diario de vida donde penosamente se tuercen abismos que conducen al cielo.
Tachadas o desviadas a propósito sucumben en la porfía sus otras palabras, las obscenas, las turbias, las que no tienen más refugio del placer de escucharlas o balarlas como bestia en su saliva.
A de que en tu oído estaban en desuso macerando mansamente, y me dejabas unas u otras para el festín su fuese una tarde de esta a consolar el sol que bajaba de vez en cuando a mi cremallera.
Aquí, mi rabia de no traducir con tus otras palabras lo que ataba mis brazos y bajía en soledad el grito, mas el paisaje no ocultaba nada.
A malditos si supieran cuan ruin fui esa tarde, bajé como imitando un venia y abracé sus piernas. Cual herido conduje mis palabras hacia sus palabras que no fueron otro idioma mas mi mano era otra palabra y mis dedos otra torcedura que besó en rezo su plegaria.
De allí seré penitente.
Pablo Delgado U. Texto publicado en en el número dos de Revista ANCLA.
No pasa. No entiendo a la gente ni menos a las de este lugar. En serio, en vez de Quilicura, mejor debería llamarse Quelocura, como lo pintan por ahí. Anoche, parece que llovieron afiches en mi pobla; luego camino al liceo, me doy cuenta que fue en varias partes; en la plaza, en la biblioteca y en los postes. Y hasta en los pobres árboles que pillaron pajareando. ¡Me da risa! Llaman a concursar con un cuento sobre la familia. Hay un compu de premio y yo… (me da risa), no entiendo a mi familia ni me gustan los cuentos. La verdad es que me apestan los libros y estoy más que chata con los que me obliga a leer la profe de lenguaje. ¿Qué onda? Me da risa. Todavía con el grupo de que “Leer es la base de todo el conocimiento”. ¿Creen que somos tontos?. Todos nosotros sabemos que el conocimiento entero se encuentra en Internet. No hace falta más que un clic. Y ahora que hagamos cuentos? Cuentos hay que inventarle todos los días a los viejos. A mí me salen unos bacanes y así me invento excusas para salir a vacilar con mis amigas, no sé, a cualquier cosa, lo que importa es no estar en la casa. No me gusta mi casa… la pintura de sus paredes se fue saliendo de a poco y ahora está color tristeza. Relatos familiares. Seguramente, tienen que ser de amor. ¡Me da risa! De esas cuestiones está llena la tele y en el persa hay cerros de CD con historias empalagosas. ¿Para qué voy a escribirla? Además que el amor tampoco se usa mucho en la realidad. Es mucho mejor tirar y si te gusta caleta, y si el mino es un poco rico como para no dejarte mal ( un poco no más), y si te pesca, ahí podís andar, y ojo, que no faltan las agujonas que te quieren poncear al mino. Pero amor-Amor, no sé, cuando era chica a veces ( me da risa), hacía corazones y dibujaba unas tarjetas con dos nombres en el centro, pero era cosa de guagua; pendejadas, porque ahora no creo que sea eso. El amor… no sé bien cómo es pero, estoy segura que no le gusta el color tristeza. En mi casa el amor se asfixió hace tiempo, cuando el viejo se perdió una semana entera, y mi vieja lo buscó y lo buscó un mes entero, y no encontró ni sus documentos ni su bolso ni la ropa que guardaba en el segundo cajón de la cómoda. Me da risa… ella cree que se las sabe todas pero, yo supe antes que ella que él se había perdido, o sea, que quiso perderse. Es porfiada. Igual lo esperó un año entero y después de eso, clavó el segundo cajón de la cómoda y no dejó que nadie lo ocupara. Me da risa… ¿para qué? Si total hay cuatro cajones: el de ella, el de mi hermano y el mío. El otro, ya no hace falta. Al amor no le gusta la tristeza. Mi vieja después de eso no volvió a reír y mi casa se destiñó por dentro. Yo también me desteñí un poco (un poquito), por eso trato de estar allí lo menos posible y de amor… no puedo decir que sepa mucho. Mi vieja a veces nos dice que el amor no nos habla, pero se puede reconocer en los gestos y no sé… si me concentro un poco… A lo mejor tiene que ver con las cosas que se hacen sin protestar, como ella misma que cose y cose sin parar hasta que se dobla sobre la máquina, y como yo, que entonces, me acerco callada y le paso las manos por la espalda y por el cuello y ella a veces me sonríe. No se ríe, pero estira su boca un poquito. Y yo también: aunque me gusta callejear todo lo que pueda, me las arreglo para ayudar al pobre Bastián con sus tareas todos los días. Me da risa… mi vieja dice que la mitad de las notas de mi hermano son mías. ¿Y qué del cabro chico? También tiene sus cosas. Desde que se fue el viejo es que duerme abrazado al “duque” y no le importan las pulgas ni el olor del perro en su cama. Mi vieja se enojaba al principio, pero después lo dejó no más, total, el cajón de la cómoda seguía clavado. ¡Si hasta el perro tiene sus gestos de cariño y nos langüetea de lo lindo cuando nos siente llegar! Capaz que si, que sea cierto lo que dice mi vieja… pero, de una cosa estoy segura: al amor no le gusta el color tristeza. Se arranca de él. ¡Me da …!
Amanda Espejo Cuento ganador primer lugar concurso Fundación de La Familia 2008.
Fotografía: Escuela Estado de Michigan, quilicura.
Habíamos dicho que cuando subiéramos íbamos a cerrar la ventana pero allí estaba abierta. Sobre la mesa la cámara apagada, las llaves, las monedas. la cortina, el viento que se cuela pudiendo traer consigo sombras, ánimas
Las hormigas en la cocina dan vueltas por las paredes blancas se han metido en la casa en los muros y bajo el piso.
De noche incluso puedo oírlas mientras rebalsan la tina. He tapado con vela las pequeñas grietas por donde me observaban
Ya no quiero vivir en esta casa por favor, cierra la ventana.
Elizabeth Cárdenas Revista EL PUÑAL
Publicado en La Mancha número doce. Ilustración: Amanda
Fragancias de madreselva
encaramándose,
resaltando la desnuda muralla
que nos divide y nos delata.
¿A qué tiempo saltamos
en qué pestañeo nos miramos?
Tu mundo
sostenido por muletas
y el mío, clavado a una silla.
Fragancias de madreselva
recorren las grietas cansadas,
inundan estas salas,
me llevan en volandas
para no soltar la pluma
que te haga sonreir entre tus barandas.
No sabíamos, no presentíamos
sólo lo hicimos
y enredados como tejido descuidado
así nos encontraron...
Hoy nos llevan y nos envuelven
con fragancias de madreselvas.
Una selección de cuentos y poemas del escritor peruano José Pablo Quevedo, con ilustraciones del artista mapuche Santos Chávez Alister Curinao.
Una producción conjunta de *Codelco Chile y Centro cultural "Santos Chávez".
El sueño del pastorcito
Acostado sobre la hierba,
el pastorcito mira el mundo al revés,
mira como un cuerno la luna
y al sol en sus dos caras.
El pastorcito sueña
que por una escalera
al cielo va,
y que de planeta en planeta
vuela como cometa,
y después, sentado
sobre un cerro
sigue el rumbo de las estrellas.
Pichi kamañ ñi peuma
txanalei wente karü kachu
pichi kamañ leliniei ta wallontu
waichüf tulei
leliniefi müta reke ta küyen
ka antütñi epu age.
pichi kamañ peumaniei
püra pürawe meu
wenu meu amui
runkü amulei wagülen ka wagülen
müpülei chewürfe reke
anülerkei kiñerume
kiñe winkul meu
inaniefi ta wagülen rüpü.
(Página doce).
* Este hermoso libro fue obsequiado a LA MANCHA en las oficinas de Codelco.
De pronto algo sucedió en medio de la comuna, en los lugares más inesperados, como lo pudiese relatar un camarógrafo desafiante que no le teme a nada y que su herramienta, después de sus ojos, fuese el lente de la cámara la cual bizquea, exorciza, manceba los episodios y escarba el paisaje que tiene frente. A esa hora, siete treinta de la mañana, después de las elecciones algo sucedió. Los pájaros siguieron haciendo el alboroto de costumbre sobre el pizarreño de la casa. Realidad mantenida como un poema de Teillier.
Lo otro había cambiado desde los pies hasta la cabeza; el pasaje ya no parecía el circo de entonces. Sus estandartes famélicos de color ya no estaban, las banderitas incuriosas pasaban a nueva vida, los retratos málicos descasaban en tarros de basura. De verdad me sorprendió el riguroso cambio producido tan apresuradamente después de esa elección. Creo que pensé en el camaleón.
Entonces, mi bástala memoria me llevó a la función del circo, los payasos, los magos, los trompetistas cabalicos, los trapecistas, los malabaristas y los pebres domadores de animales me dejaban el hálito de lo mágico.
Estoy seguro que esa mañana pensé otra cosa. Los juglares desbastaron su circo y despavoridos enmudecían para guardar la voz al nuevo mingo romano vencedor de esa fusta. En todo caso, vencedor por estrategia. Encumbrado en su discurso por puertas y ventanas fue el plato fuerte para los mutantes votantes de la comuna.
Ahora, en esa posición, los abarridos en sus consignas marchaban al compás del tango malévolo que destrozaba su nimia compostura de lealtad sólo para la foto en un dos por tres, pero “ a rey muerto rey puesto”.
Y creí que algo pasaba, mi dicotomía, daltonismo o dislexia propasaba el devenir de tan irreverente postura frente a los hechos ya consumados. Perplejidad de un realismo mágico encubierto en las afueras del mapa. Escuálidos especimenes baturaban su derrota en sus cuarteles de invierno. Que va de tanta payusada del antes y que el ahora los convergía como domos becerros en su balar.
Cuestión de circo creo, pero lo hirsuto de aquello, atenuaba mi pensamiento sobre la lealtad de los corderos. Su pesebrera los aglutinó, no en rebeldía, sino, cabizbajosy rumiando su derrota. A saber, como los payasos nunca dijeron esta función debe continuar, por el contrario, apostaron por borrarse el pintarrajeado lo cual no era un tatuaje de fidelidad hasta las ultimas consecuencias. Pasó cual balido grito político.
La compostura sólo la mantuvieron los animales de circo, aquellos que en mi infancia se sostenían en malabares detrás de una cuerda o en el impulso que era necesario para cruzar un puente. Miré alrededor y era cierto, el circo estaba desbastado. Los payasos, magos, los malabaristas, los trompetistas, los domadores y trapecistas sucumbieron a la hora de empezar la función.
Desde sus orígenes el cine se ha nutrido de la literatura para crear sus ficciones, tomando de ella a sus criaturas y demonios, contribuyendo, en muchos de los casos, a enriquecerlos y ampliarlos en el inconsciente colectivo del espectador de la gran pantalla. Indudablemente estos personajes han sobrevivido a los embates del tiempo y las modas, adaptándose a ellas como corresponde a seres intemporales y perennes. Pero si estos personajes han sobrevivido no se debe sólo a su valor intrínseco como criaturas universales, sino también a los actores que los han representado alguna vez, formando una fusión indivisible entre ficción y realidad, unidos por un rostro y un nombre determinados.
Los primeros personajes literarios llevados a la pantalla fueron los de difusión popular en los folletines de las postrimerías del siglo XIX y principios del XX; personajes como Fantomas o Arsenio Lupin, por ejemplo, versiones cinematográficas de 1913. Pero la verdadera eclosión de los personajes comenzaría en 1931 con la versión de Drácula de Tod Browning, protagonizada por el ya clásico Bela Lugosi. Con este actor comienza, por así decirlo, la maldición del personaje, una encarnizada estigmatización al que llamamos “encasillamiento” por parte del actor, terminando por sepultarlo en un rol determinado. Bela Lugosi fue el primero, convirtiéndose “en” Drácula. Muchos actores lo han representado a través de la extensa filmografía del personaje, pero ninguno ha alcanzado la notoriedad de Lugosi. Otro tanto ocurre con otro personaje de ficción mil veces llevado al cine: Sherlock Holmes. ¿Qué mejor rostro que el de Basil Rathbone para encarnar al detective del 221B de Baker Street? Si uno busca “el rostro” de Holmes no se aparece otro sino que el de Rathbone, invariablemente. Muchos actores lo han representado, pero ninguno como este actor sudafricano; se diría que cuando Conan Doyle creó a su personaje pensó en este actor y en ningún otro para interpretarlo en la pantalla grande. Otros actores que han representado a personajes inseparables han sido, por ejemplo, Johnny Weistmüller con su famoso Tarzán, el Rey de los Monos creado por Edgar Rice Borroughs; Guy Williams con su versión para la televisión de Disney de El Zorro, personaje de Colin McCullers; el Batman de la serie sesentera basada en los cómic de Marvel, encarnado por Adam West; el Superman, también de Marvel, con el rostro de Christopher Reeves. Pero, si de rostros hablamos, ¿quién no asocia este “mi nombre es Bond…James Bond” sino que con el rostro de Sean Connery? ¿O el deforme y tierno monstruo de Frankenstein con el de Boris Karloff? Y para qué decir que el rostro que mejor ha interpretado a Jesucristo en la pantalla ha sido el inglés Robert Powell, quedando como la imagen del Nazareno.
Aunque muchos y variados rostros los hayan representado en el celuloide, estas criaturas se mantienen en la retina colectiva con el de aquellos que los inmortalizaron, formando el tándem perfecto. La mayoría de estos actores debieron de sufrir la maldición del personaje, encarnándolos una y mil veces en la pantalla hasta el hastío, y hartos de ser asociados con ellos. Muy pocos se han salvado de la maldición, llegando a morir “siendo” el personaje, como ocurrió, por ejemplo, con Lugosi. Salvo las infaltables excepciones, los personajes han devorado a sus actores, convirtiéndolos en víctimas propiciatorias en la piedra de sacrificio de la ficción, donde ellos, los personajes, todavía sobreviven robándoles sus rostros.
Este afiche-poema fue creado para participar en la convocatoria de EXPO ARTE YBICICLETA 2008, en el marco del 3° Festival Internacional de Bicicultura, y se puede ver desde ayer hasta el 7 de diciembre en la estación Metro Quinta Normal. Allí se puede admirar toda la exposición, que comprende manifestaciónes muy creativas y de toda índole en torno al lema " Energía humana para cambiar la vida". Lo principal: una vez más LA MANCHA hace presencia en los espacios públicos con un trabajo que representa la unión entre distintos grupos que se abocan a lo mismo, esto es, a la creación y difusión de las letras, tales como El Puñal, Cinosargo, Amano y Azul@rte, quienes son parte de este afiche con sus banners. Esperamos con esto, seguir incentivando a unos y otros para no desmayar en cuanto a manifestarnos libremente y a ocupar los espacios que se nos proponen.
*Para leer bien el texto, pinche la imagen y luego... opine! (A todos los grupos se accede por nuestros vínculos).
Amanda Espejo Grupo La mancha Afiche expuesto en la Expo Arte & Bicicleta 2008
Me permití atisbar amor en tus ojos: HIPERMETROPÍA. Me dejé golpear por la nostalgia una y otra vez mientras te devoraba la tierra. Amarizé por pavor a tu amnesia en un superpirético estado de HIPERIDROSIS HIPERTRANSMUTACIÓN galáctica de un segundo a otro segundo. Aprobaste más de una vez mi condición de masoquista y me regresaste estroboscópicamente al mundo como una enferma de HIPEREMISIS crónica aunque, en lo profundo del dolor soy un feliz portador de HIPERALGESIA infeliz HIPERESTÉSICO: demoníaco estado alérgico anafiláctico por el cual mi corazón presa de la HIPERTROFIA causada por la HIPERBOLEMIA de amarte hasta los tuétanos no hacía más que demostrar su HIPERKINESIA mediante frenéticos latidos HIPERBÓLICOS. Y todo por qué por revivir una catalepsia por recibir una ráfaga de ósculos de parte de lengua bélica por buscarme con pena y sin gloria en tu recóndito amor anti-recíproco.
Rodrigo Kuhrt Publicado en La Mancha número cinco Ilustración: Francisca Lagos.
(…)Y los oí cantar, los oigo cantar todavía, ahora que ya no estoy en el valle, muy bajito, apenas un murmullo casi inaudible, a los niños más lindos de Latinoamérica, a los niños mal alimentados y a los bien alimentados, a los que lo tuvieron todo y a los que no tuvieron nada, qué canto más bonito es el que sale de sus labios, qué bonitos eran ellos, qué belleza, aunque estuvieran marchando hombro con hombro hacia la muerte, los oí cantar y me volví loca, los oí cantar y nada pude hacer para que se detuvieran, yo estaba demasiado lejos y no tenía fuerzas para bajar al valle, para ponerme en medio de aquel prado y decirles que se detuvieran, que marchaban hacia una muerte cierta.(…)
(…) Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heroicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.
Y ese canto es nuestro amuleto.
En las páginas finales del libro "Amuleto" de Roberto Bolaño, encontramos este monólogo en boca de Auxilio Lacouture, uruguaya, madre de la poesía mexicana, flaca y espigada como una versión femenina del Quijote.
La mujer, pues parece poco decir simplemente el personaje, como ocurre en la mayoría de casos de aquellas existencias que originó la mente del chileno, más bien narrador y poeta continental, ofició como secretaria y barrendera del estudio de dos poetas españoles exiliados y que fueron parte valiosa de la genial vanguardia del 27, Pedro Garfias y León Felipe. Curiosos nexos como éste, no tan anecdóticos o pretenciosos como podrían parecer en un principio, dan rienda al juego preferido del autor, desafiar los límites de lo verosímil, así comienza la trasgresión y se da la trascendencia del papel a lo mundano, lo vital emerge en cada párrafo, en cada desafiante discurso capaz de movilizar los hilos de lo extratextual, configurado por el pensamiento y las aprehensiones del lector.
El maridaje se va estrechando en torno a la cultura y siempre con un contenido irremediable, oscuro, violencia y locura entrelazadas, no por nada la historia parte señalando: Ésta será una historia de terror. Será una historia policíaca, un relato de serie negra y de terror. Pero no lo parecerá. No lo parecerá porque soy yo la que lo cuenta. Soy yo la que habla y por eso no lo parecerá. Pero en el fondo es la historia de un crimen atroz.
Bolaño es un digno maestro en el diseño de mundos literarios, los que curiosamente o más bien, felizmente, orbitan en torno a lo literario, la literatura es su obsesión, la médula de su espíritu creativo, de su herida como fabulador, lo valioso es que en su calidad de autodidacta y lector, y creo eso es lo que más se le reconoce, pues jamás perdió la capacidad de asombro y de ver más allá, cediendo a lo que un mero segmento del público espera. Bolaño no es complaciente con las camarillas y sectas académicas ni tampoco con el fandom y los cultistas, él por su propia inclinación y libre creatividad, inicia indistintamente un libro con un epígrafe de su amigo Mario Santiago, el poeta mexicano autor del Aullido del Cisne y que leía en la ducha o hace alusión a una cita de Petronio.
Para Bolaño, el arte no es un pañuelo de seda en que solo cabe el fraseario erudito y la intertextualidad con los clásicos y los nobeles, música docta y museos parisinos, y si bien no se va al otro extremo, propio del realismo sucio y crónica urbana al uso, Bolaño demuestra con talento que el pañuelo de seda, no siempre está exento de sangre y otras excrecencias. Los vasos comunicantes entre los grandes pensadores de una sociedad y el lumpen más desastroso, están a un paso y rodeando al habitante común en su horario de oficina, pues son vidas solitarias, periféricas, al límite. Así, sus personajes, físico culturistas, ex boxeadores, criminales, proxenetas y locos artistas, fascistas de la brocha y la pluma, son esplendidos lectores y creadores, hacen de sus fechorías y vidas, actos poéticos. En la autopista paralela, sus personajes eruditos, aquellos escritores y críticos, investigadores y muralistas, son detectives salvajes, viajeros como los héroes de las tragedias griegas, guerreros y poetas que deambulan en la noche, que se mutilan y guardan cadáveres en el patio trasero gestando los extramuros de la cotidianidad.
Bajo esa cuña que para algunos es un despliegue exagerado de conocimiento, solo queda recalcar lo exagerado de su limitación como interpretes, pues basta con revisar la vida de muchos escritores, dementes genios como Vallejo famélico, Baudelaire con sífilis, Hemingway volándose la cabeza de un tiro, Kafka tuberculoso desafiando a su progenitor, Rimbaud con sífilis traficando armas, Joyce traficando libros con un look de pirata, Delmira Agustini victima de un crimen pasional terrible, Pessoa creando heterónimos, Vian creando heterónimos de color para escribir violentas historias de racismo y jazz, Crane saltando al vacío, Berryman saltando al vacío, Pascal cortándose las venas, Chetterton envenado, Panero recluido, Salinger auto recluido y muchos más que Bukowski pudriéndose en sus moteles, borracho y recluido se pregunta, ¿qué pretenden estos que algunos consideran pequeños dioses?, verdaderos dionisíacos, posicionados en los anaqueles de la insanidad, balanceándose como elefantes sobre un delgado hilo hacia el más insondable abismo. La realidad entonces, se reescribe en fantasmales y maravillosas voces que impulsan al lector a indagar más a fondo en periodos, lecturas, generaciones y movimientos, cruzados por numerosas anécdotas, vidas que en la autotelia de la palabra, algo tan ansiado por los escritores, esa patria que es tu lenguaje en acción más allá de cualquier pedazo de concreto, va desafiando los lindes de lo humano, de lo histórico, relegando a cronistas y glosadores a un segundo plano ante el predominio de la ficción verosímil bien edificada.
Podemos en tal medida señalar que Auxilio y su mente son una alegoría de la memoria de América del mundo, ella misma lo señala: Luego me desperté. Pensé: yo soy el recuerdo.
Y así dicen sus juegos adivinatorios.
(…)Estoy en el lavabo de mujeres de la Facultad y puedo ver el futuro, decía yo con voz de soprano y como si me hiciera de rogar.
Ya lo sé, decía la voz del sueño, ya lo sé, tú empezá con las profecías que yo las anoto.
Las voces, decía yo con voz de barítono, no anotan nada, las voces ni siquiera escuchan. Las voces solo hablan.
Te equivocas, pero es igual, tú di lo que tengas que decir y procura decirlo fuerte y claro.
Entonces yo tomaba aliento, dudaba, ponía la mente en blanco y finalmente decía: mis profecías son éstas.
Vladímir Maiakovski volverá a estar de moda allá por el año 2150. James Joyce se reencarnará en un niño chino en el año 2124. Thomas Mann se convertirá en un farmacéutico ecuatoriano en el año 2101. (…)
Juego que proyecta la resurrección de poetas y narradores universales hasta el fin de los tiempos en un infierno en vida que cierra bajo el enigmático y penumbroso 2666. (…)no un cementerio de 1974, ni un cementerio de 1968, ni un cementerio de 1975, sino un cementerio del año 2666, un cementerio olvidado debajo de un párpado muerto o nonato, las acuosidades desapasionadas de un ojo que por querer olvidar algo ha terminado por olvidarlo todo.
Las evidencias son muy marcadas, la mujer que resistió acalambrada dentro de un baño el quiebre de la autonomía universitaria cuando la UNAM fue invadida por los militares, convirtiéndose en una ambigua leyenda, pasa más allá de ser un mero personaje, reducirla a esa categoría sería ofensivo, igual que reducir a Arturo Belano, alter ego del autor y a Ernesto San Epifanio, a Remedios Varo y Lilian Serpas la amante del che Guevara, todos presentes en el particular fluir de la conciencia de Auxilio y sus delirios claustrofóbicos, durante su hacinamiento que buscaba salvar su pellejo del fascismo. En esas condiciones la mujer se empapa de mágicas percepciones, volviéndose una especie de Tiresias.
Moderna versión del profeta que transita entre el pasado y futuro no sólo el personal y de sus coetáneos, amigos y conocidos, poetas infrarrealistas, perdón realvisceralistas de los 70 sino que su voz se prolonga a todo el quehacer literario joven de nuestro continente, e ahí la fuerza del discurso disperso de una mente enfebrecida y que usé para abrir el artículo. La similitud de este con Howl de Ginsberg, tampoco se puede obviar. En este punto además, no es secreto, la afición beatnik de Bolaño, como ignorar entonces la obra del budista y sus compañeros, la influencia de Kerouac, de Corso y Burroughs, en él, que fue un gran lector de poesía, un autodidacta sapientísimo. Amuleto, novela corta, repleta de personajes, más bien existencias, es entonces una prolongación del genio lector de Bolaño, capaz de crear dualidades carismáticas que no dejan de ser fantasías y que en esa ambivalencia tan especial entre real y ficticio, permiten la flexibilidad del trato con cada persona que los reconoce y dialoga al leerlos, al interpretarlos, en un presente que se diluye rápidamente y siempre remite a esas lozas, a esa pulcritud y silencio abismal del baño universitario, a esos minutos de asfixia que compartimos en el silencio de nuestra propia conexión con el amuleto, con la palabra, con el canto. El amuleto de la creación y de la sabiduría y también de la caníbal demencia de América, de la llegada de exiliados, genios europeos, que revolucionaron nuestras letras, el giro político, las dictaduras y utopías comunistas, el vacío posterior de generaciones que soñaron y fueron abortadas y el inicio de nuevas generaciones impávidas que nada saben y poco les importa la tierra y las reivindicaciones del pasado, huérfanos, cosmopolitas hijos del soundtrack y el pop culterano.
Amuleto es una bitácora de toda la narrativa de Bolaño, y en palabras exactas de otra de sus existencias, el investigador literario Amalfitano de 2666, Amuleto como Baterbly o La Metamorfosis, sería un ejercicio de esgrima perfecto, no como sus hermanos mayores, batallas desordenadas, sangrientas, atemorizantes, fétidas y carentes de aplicación, geniales en su caos, en su apertura, Amuleto en cambio, redonda, exacta, entrenada previamente, presenta la finitud, es limpia, maravillosa y digna del gusto de un farmacéutico ilustrado.
Autor: Daniel Rojas Pachas.
Daniel Rojas Pachas nació en Lima en 1983 y actualmente reside en Arica. Es escritor y Profesor de Literatura egresado de la Universidad de Tarapacá. Dirige el Colectivo y taller Literario Clepsidra, es Miembro y fundador del Grupo literario MAL y actualmente dirige y edita la Revista Literaria virtual Cinosargo. www.cinosargo.cl.kz. Ha publicado los poemarios Música Histórica y Delusión en el 2006 y 2007 con la Editorial Blue y se encuentra pronto a publicar su libro de investigación sobre cinco autores latinoamericanos, beneficiado por el Fondart el año 2008. Más información en su weblog Personal: http://www.danielrojaspachas.blogspot.com y al mail: carrollera@hotmail.com