CORTÁZAR AHÍ
El apego a ciertas lecturas y a ciertos autores nos permiten, a veces, el deshacernos de vicisitudes o extraños hechos que, en forma sorpresiva, nos incitan a decir que son parte de nosotros. Por extraña coincidencia, pasan por nuestras vidas; por ese laberinto que llamamos existencia.
Julio Cortázar (latente autor argentino), lo ha estado recordando desde una periferia en Cronopios y Famas, hasta Rayuela. Lo que él buscaba producir en sus relatos, era el desprendernos de una realidad latente y cobijarse en un permanente sueño que predominaba por segundos, en ese mundo realista y existencial que era el vagar por Buenos Aires. Tan especialmente extraño, lejano y poderoso como era él, en muchos sentidos, convertido en relato.
Decía en una carta fechada por el 70: “Pablo, creo que ya viste a la Maga. Anduvo por la plaza Victoria y se sorprendió en la subida Ecuador. Bajó hacia el puerto y por la plazoleta de agua se retuvo y subió a uno de los cerros más altos de Valparaíso. Viste de negro y su bolso – que era más bien una maleta – lo cargaba de libros, muchos libros. Uno de ellos, Vagos Desperezamientos, de tapas grises, como cartón crudo, y textos en negro que perciben el efecto de bajo relieve, o el uso de la tipografía impresa, quizás, uno de los más extraños de Buenos Aires y una de las pocas copias que circulan por estos lados. Quisiera que la busques, la sigas y la retengas por unos instantes para conocerla en persona. Allí, es posible que por un desmesurado, pero posible descuido, te entregue ese maravilloso libro. Y tú, mi buen amigo, me lo hagas llegar ya que es personalmente mío”.
Lo que sucedió posteriormente, está relatado no sin el haber agregado una mínima ficción en un texto: O Crónica de un Territorio, que fue publicado en la ciudad de Valparaíso por el año 79. La Maga fue conocida por mí y pude despachar una incipiente carta a Cortázar, que por ese entonces, residía en París.
Efectivamente, vestía de negro y lo que Cortázar denominaba “maleta”, era una mochila de paño. Bajita y de pelo levemente ondulado en la caída de su melena. De ojos desmesurados y negros, daban la sensación de que siempre te estaban mirando, y aunque no lo fuera, la sensación persistía.
Estaba en La Piedra Feliz, local que en ese tiempo cobijaba a poetas y escribientes porteños que desmadejaban por días y noches sus textos y pretextos. Creo que leía a Juan Cámeron - poeta emergente - y su texto: Una Vieja Joven Muerte, que había sido finalista en el certamen de la Católica, que se efectuaba todos los años. Me habló del poeta, me dijo que lo buscaba, que si sabía con exactitud dónde encontrarlo.
Al final, nos quedamos de encontrar otro día y me entregó un libro de Baldomero Peru, poeta poco conocido, y quien fuera trágicamente muerto en uno de los barrios más bohemios de Valparaíso, y me solicitó que lo comentara posteriormente.
Sí, el ritmo de lo conversado había sido grato, y entre sus otros textos divisé uno de curioso formato – ya que no era rectangular como suelen ser los libros, sino, de forma cuadrada -, de tapas gruesas y que en su primera página, tenía como epigrama, el texto H2o, que curiosamente, estaba en un sitio donde el agua era parte del lugar.
Posteriormente, la Maga no me fue posible de encontrar, y por días y noches estuve indagando si se había acercado a algún sitio ya conocido o qué había sucedido con ella. Algunos me dieron vagas señas; otros nunca supieron si se les había aparecido, lo cual, en cierto modo, me dejaba dudas si todo aquello que en algún momento fue parte de mí, ya estaba en un Vano Paraíso, y la respuesta sólo estaba en Cortázar, quien con su literatura había creado a la Maga y me había hecho ser parte de lo que estaba entre los textos literarios y la realidad de estar inserto en un hecho literario.
Pablo Delgado U.
Quilicura, 31 de agosto del 2001
Publicado en La Mancha número uno.
1 comentario:
Mariita Haydeè:
Está muy bonito el blog, se nota dedicación, te feli, super bien el Pablo igual, nos vemos...
Zara...
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