10 de agosto de 2009

NARRATIVA / Bernardo Astudillo


IMAGEN DE UN ÁRBOL


Alguna vez fui un árbol en un pasado prehistórico que todavía conservo en la memoria como una fotografía imaginaria.

Sí, fui un árbol, uno de amplio ramaje y de profundas raíces. Probablemente una acacia, aunque desconozco la diferencia entre un árbol y otro. En mi calle hay unos pocos. Durante mi infancia había muchos y variados que alegraban las tardes del verano con sus sombras bienhechoras. El progreso arrasó con la mayoría, dando paso al cemento y al asfalto. Quedaron algunos, eso sí. La mayoría acacias, árboles nobles y perennes. No sé si habría sobrevivido yo al quedarme como árbol. Posiblemente no. Suelo tener mala suerte. Habrían sobrevivido los más vistosos y conocidos. Hoy en día los plátanos orientales se roban la película, aunque la polinización causa estragos en primavera. Yo, en mi inconciencia vegetal, los detesto. Cuando camino hacia mi casa me entretengo contemplando los pocos árboles que todavía quedan al borde de la acera, uno especialmente, un sencillo ciruelo en flor que, cual eunuco, no da frutos. Pero qué belleza es verlo en septiembre, lleno de delicados capullos blancos y rosados, alegres anunciadores de la primavera, pero que dura lo que dura, es decir, nada. Se los compara con el amor juvenil, ese amor que es pura imagen. El ciruelo sobrevive sólo por eso, por ser imagen, por su ramaje sin progenie, por su estéril encanto primaveral.
Yo, como antiguo árbol cuya memoria no ha envejecido, siento que el progreso nos debe espacio. No pretendo ser ambientalista. No me juzguen sin conocerme, caballeros. No soy del Green Peace ni de nada por el estilo. No lucho por la capa de ozono ni por la deforestación del Mato Grosso, pero, sin embargo, cuánto de mí hay en esos terrenos baldíos y quemados, todavía dando gritos de dolor a causa del fuego.
Mi memoria de árbol me traiciona. El ciruelo me observa mientras lo observo y me pregunto si en su inconciencia de árbol se preguntará lo mismo, si no seremos recuerdos de algo que nunca fuimos.
Mi profesor de filosofía dice que somos las sombras de un sueño. Entonces, ¿soy la sombra de un árbol o el árbol de una sombra? Eso pienso mientras mi ramaje se remece con la brisa de la tarde, espabilando del sueño de la siesta para verme observado por un hombre que ha detenido su paso frente a mí para observarme y que, después de un rato, se aleja silbando.

Santiago, 30 de junio.

Bernardo Astudillo
Publicado en La Mancha número catorce

Fotografía: Amanda

1 comentario:

lichazul dijo...

berni

que inteligente relato!!
profundo y reflexivo
felicitaciones

un abracito de luz pa'ti