25 de mayo de 2009

NARRATIVA / Agustín Rozas


CÓMPLICES


Sólo se escuchan los quejidos entrecortados y el jadeo, de los amantes. Es en un motel, visitado regularmente por ellos para dar rienda suelta a sus emociones, al desenfado mayor que caracteriza a quienes encuentran en la ilegalidad, lo que no consiguen con sus parejas oficiales, y, que sin embargo, deben seguir obligadamente viviendo juntos.

Marta le guarda un rencor muy grande a su esposo, porque, una noche que llegó a casa muy bebido la golpeó al ella negarse, una vez más, a aceptarle ciertos requerimientos sexuales que siempre ha tratado le consienta, por estar reñidos con las ordenanzas de la fe católica, que dice profesar.

Felipe, al que los familiares y vecinos señalan como un padre responsable y marido ejemplar, tiene en su leal amiga, lo que no encuentra con su esposa en los momentos de privacidad. Cumple con su obligación de darle su cuota de sexo, dice él, una vez por semana, dejando el resto de las energías guardadas, para gastarlas en quien le admite todo tipo de solicitudes amorosas, sin ponerle límites.

Los enamorados hacen coincidir sus encuentros con el horario de clases de los niños, siendo el colegio un involuntario aliado de los adúlteros.

La manceba, que se encuentra desnuda acostada sobre la ropa de la cama, lo aguarda a que termine de quitarse la última prenda, para recibirlo como acostumbra; demostrándole todo el amor que siente por él, aprovechando al máximo estos espacios de intimidad. Ella sabe que su papel de mamá, lo debe transformar en el de amante del hombre que no es el padre de sus hijos, condición que aprendió a vivirla sin remordimientos.

-Amor, por favor contémplame una vez más. Me gusta ver como brillan tus ojos al dirigir la mirada a mi cuerpo y llevarla hasta donde encuentras placer, porque me excita la espera por saber lo que harás después,- dice la devota clandestina.

A lo que su cofrade responde – dame todo, déjame hacer todo, verte entera para tener mi memoria copada con tu figura como si quedase grabada a fuego, y poder mantenerme con vida hasta la próxima cita.-

-Eso es lo que quiero, para que cuando estés con tu esposa te acuerdes de mí, como yo lo hago con Diego; haciéndole creer que me tiene en sus manos, pero, íntimamente sintiéndome entre las tuyas.-

El domingo, mientras Felipe sale de paseo en auto con su familia rumbo a la costa, la devota infiel va entrando a la iglesia; a cumplir con su deber sagrado.

Así, mañana lo ilícito volverá a ser presente.




Agustín Rozas, escritor de quilicura-maipú. Participa desde hace varios años en talleres literarios de esas comunas y realiza un gran trabajo como colaborador de Revista La Mancha y difusor de toda actividad literaria.

Publicado en La mancha número trece.

Ilustración: Marco Antonio Sepúlveda
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