2 de diciembre de 2012

HOMENAJE / Semblanza del poeta Raúl Agustín Correa Ramirez



Por Nicolás Correa, Julio del 2008



Intentar hacer un retrato de una persona, de su vida y de su obra, escribir sobre mi
padre, el poeta Raúl Correa, naturalmente, me estremece. ¿Quién no ha tenido sentimientos
encontrados con sus progenitores? Y no podré sino hacer el intento desde una mirada
subjetiva, desde el prisma de un hijo de quien se retratara a si mismo como un “hombre
soñador y vagabundo / que se entregó a sus obras y a su muerte” (Soneto Primero,
Ancestral, poemas terrestres, 1978). Los invito a una lectura muy personal de este escritor
que recibió el Premio Regional de Literatura Chilena del Circulo Literario Carlos Mondaca
Cortés, en 1981, el año del centenario del natalicio del poeta Carlos Mondaca y una
Distinción especial del Pen Club de Chile en 1984 por su libro “sonetos serenenses” “de
cuidadosa forma y entrañable inspiración”, tal como reza el diploma respectivo.

Cuenta la leyenda familiar que este segundo hijo (el mayor de los hombres) nació en
Valparaiso. Su padre, Augusto Correa Urzúa, campesino curicano, había desposado a
Oriana, la hija del Dr. José Agustín Ramírez Gómez (hijo de Cipriano Ramirez Luna,
fundador del Cuerpo de Bomberos de Coquimbo) con doña Ema Ossa Cuevas, de
ascendencia serenense.

El joven “Cuchito” —su madre lo llamaba así por su segundo nombre, Agustín—
desde pequeño gustaba de las largas conversaciones con la mamá, llenas de palabras bien
pronunciadas, con miles de alusiones a toda la parentela, con una fiel preocupación por el
origen de las personas: “recuerda que tu padre es de los Correa de Curicó, pues m’hijito…”

Largas horas la miraba, la acompañaba y le conversaba.

Madre,
desde ti he venido,
a pasearme en este mundo.
 

Para ver con estos ojos,
que también fueron los tuyos,
la noche clara, el mar profundo.

Madre,
cuando tú nacías,
yo te esperaba en tu futuro.



(Madre (fragmento), Ancestral, poemas terrestres, 1978)
 

Dejó su madre, una profunda huella en nuestro hablante. Quizás como cualquier
madre, pero agradecemos que él pudiera registrar y compartir con sus lectores, algunas
imágenes de esas que se tienen cuando en uno, mirándose hacia adentro, surge un
Soliloquio:

Observando mi rostro en el espejo,
veo, madre, tus párpados tan flojos,
tu mirar y la forma de tus ojos
cortados en los míos como al cejo.


(Soliloquio (fragmento), Ancestral, poemas terrestres, 1978)

Acto seguido, en la página siguiente de Ancestral, poemas terrestres, le canta a su
padre, quien le enseñó a “conocer las cosas de este mundo”: el mar y la montaña / el curso
de los ríos, / el valle y la pradera, / la raíz de la semilla / y los frutos de la siembra. 







Raúl Correa asistió a la que es probablemente la escuela más antigua de Chile,
fundada en 1584: el Seminario Pontificio Menor, que lo adentró en el origen de nuestra
lengua, al acceder a los cursos de latín, lo que le permitió más adelante, considerar con gran
soltura la frase de Cicerón “sonis blandis adire”, que tradujera como “hablar con palabras
suaves”, para el comienzo de su libro “Sonetos serenenses”.

Asimismo, desarrolló gran admiración por el poeta romano Quinto Horacio Flaco,
tomando del Ars poetica de éste, (Epistola ad Pisones, 64 y 68), los versos que consignara
al comienzo y al final de su primera publicación (Persecución y fuga, Elegía, 1965):
“Así como las hojas de los bosques / caen al cambiar los años…” y luego “Nos debemos a
la muerte como nuestras cosas. / Así está dispuesto”.

Desde la tristeza emerge entonces, nuestro poeta, con un ruego en sus primeros
versos: “Atendedme… oíd… / Como los vientos llamo, / como el sur helado y seco, / como
el norte ecuatorial lejano” (Persecución y fuga, Elegía, 1965), preguntándose enseguida
“¿Cómo vendrán los días, / cómo vendrán las noches / crujiendo, / gimiendo / sobre
angustiados goznes?”. Corresponde a un difícil período de su vida: dejó en Santiago a sus
hijos Maximiliano, Alexandra, Germán y Nicolás, y con ellos, las historias de su propia
infancia, de su adolescencia y de su primer matrimonio, con Inés Hidalgo, mi madre, para
asentarse en La Serena, a comienzos de ll década de los sesenta. Podemos decir entonces,
que “vuelve” a La Serena, porque, aunque nunca había vivido en esta ciudad, muy bien la
conocía por su madre, ya que era la cuna de sus ancestros.

Quizás echó mano a sus recuerdos para quitar el sabor amargo de esos momentos.
Quizás recordó la impresión que le dejó la figura de nuestra Premio Nóbel Gabriela Mistral,
cuando la visitara en 1948, contando sólo 26 años el poeta, en su casa de Santa Bárbara,
California, Estados Unidos. “Dejen pasar a ese chileno”, escuchó él cuando estaba pronto a
retirarse luego que le dijeran que ella descansaba y que no era posible molestarla. Alojó en
su casa algunos días, nutriéndose de esta mujer “distinguida, de figura fina, pero
“mandona”, con su mirada mezcla de ternura de madre y firmeza de maestra”, tal como él
la describiera, y quien le dejó la lección de “corregir y corregir, gastando tiempo en
corregirse uno mismo día a día”.

La ciudad del escudo de armas que contiene cuatro F (Fúlminum Fortitudo Fideles
Filios: llamas que fortalecen a los fieles hijos) lo recibe generosa y Raúl Correa se juega en
este terruño, la segunda oportunidad que le dió la vida. Formó una nueva familia, publicó
su primer libro en 1965 (Persecución y fuga, Elegía) y tuvo un nuevo hijo: mi hermano
Carlos.

¿Y cómo vinieron los días del poeta? El poeta enseña Filosofía y Didáctica General
en la Escuela Normal de La Serena. Transita su vida entre sus inquietos alumnos, su hogar
y sus letras. Cada amanecer lo inunda el paisaje de la Bahía de Coquimbo, desde Punta
Tortuga hasta Punta Teatinos y más atrás el horizonte: es lo que divisa desde el dormitorio
de su casa de calle San Joaquín, en La Serena.

Participa en el Club de Leones y en la bullante actividad cultural de la ciudad. Se
integra al Círculo Literario Carlos Mondaca Cortés, donde comparte sobre letras con sus
colegas. Con mucho orgullo nos mostraba la “plaza de los poetas” en la continuación de la
Avenida Aguirre hacia el faro, como un logro del Círculo Literario en la difusión de las
letras y el arte.

El diario El Dia recibe periódicamente sus colaboraciones, como “el único diario de
provincia que publica versos”, según él lo dijera en algún momento. Pero se decide a
publicar en libros sus trabajos configurándose como los años más productivos 1978, 1979 y
1980, entregándonos primero Ancestral, poemas terrestres en 1978, en el cual “de entrada”
evoca a la Nóbel:

Por el aire vienes…
…Lucila Godoy.
Por el aire vas…
…Gabriela Mistral

Huancara, Paisaje, Atardecer son algunos de los títulos, para finalizar con tres
sonetos de amor.

Soneto primero


Cansado estoy de tanto desvarío,
de vivir y morirme tantas veces,
que en nada creo y a tu amor confío
mi amor, que me has de retornar con creces.

 
De tu vientre salí sin atavío
a recorrer la vida con mis preces,
para volver como el infante frío
al candor del regazo que me ofreces.
 

Si nada tengo, eres, mujer, la suerte
de este hombre soñador y vagabundo
que se entregó a sus obras y a su muerte.
 

Cuando me bajes a la tierra inerte 
piensa que has sido para mi, en el mundo,
el amor, en la gloria de tenerte.


Como vemos, un canto a la mujer-madre. Así también, ve a su madre en su hija:

En tus ojos hay un aire…
… es la brisa.

En tus ojos hay un ave…
… es su risa.

En tus ojos va mi madre…
… revivida.

¡Ay, qué diera por saber
si eres tú o eres ella,
hija mía!


Pero no sólo el amor está presente en su obra: “ciegas partículas de odio / viajan
llevada por los aires…” Se pregunta: “¿Quién pone su mano en Mururoa?” (…) “es el
hombre a quien la destrucción domina / es el poder inteligente que a morir conmina”.

Al año siguiente, en su segunda entrega, Temporalia, poemas circunstanciales, de
1979, el poeta ya muestra cómo se ha dejado impregnar por la geografía que él mismo
buscara en la región de Coquimbo y la imponente presencia del valle, con la Cueca
Elquina: “Este es el Molle / donde no se oye… Este es el tambo / mi negro zambo… Esta
es Vicuña / mi Elena Acuña / donde mi abuela / con la Gabriela / tomaron ron / bajo el
parrón…”

Así también rinde homenaje al poeta Fernando Binvignat, a ese “romántico señor /
del verso castellano”. Y termina este libro con una expresión de deseo en dos cuartetos y
dos tercetos, que tituló “Porfía”:

Llevo de ti ciudad de La Serena
los húmedos aromas de tus huertos
y el recuerdo entrañable de los muertos
que fuéronse a vivir a casa ajena.

Besan las olas tu confín de arena
y los cerros por nubes recubiertos
me obligan a mirar, ojos abiertos,
la orla de espuma cuando el mar resuena.

Si agobiado, por fin, me quedo inerte
será tanta la pena por no verte
que volveré al paisaje tras mi muerte.


Por eso pido que en la tumba mía
los papayos florezcan con el día
como muestras de amor y de porfía.


Y culmina este prolífico período con su tercera entrega: Fabulando en La Serena
(1980), con versos, diríamos lúdicos, retratos de situaciones cotidianas a las que les busca y
encuentra una moraleja:

Ciudadanos del lugar
huyeron despavoridos
cuando sintieron temblar
diciendo con alaridos:
“El mundo se va a acabar”.

Conviene tener desplante
y olvidarse de uno mismo
porque es natural el sismo
en este mundo cambiante.


Nos queda de él su tesón para llegar a publicar sus libros, algunos de los cuales
fueron financiados con la venta de las cebollas de su sitio de Vicuña. Tesón plasmado
nítidamente en su quinta producción bajo el sello del Grupo Fuego de la Poesía: Sonetos
serenenses (1984), una selección de 33 de sus sonetos escritos durante los 15 años previos,
destacando una vez más el amor al terruño de sus ancestros:

Enamorado estoy de tu sonrisa
que me envuelve al mirarte en las mañanas
cuando vistes de luz a las ventanas
y caminas la vida tan sin prisa.

Enamorado estoy porque la brisa
me trae tu sonido en las campanas,
recorre tus cabellos y mis canas
al ritmo de tu llanto y de tu risa.

Si palpo tus colinas de mujer,
lo digo sin que nadie me lo exija,
entero tiemblo de pasión terrena.

Y al suspirar en cada amanecer
eres abuela, madre, esposa e hija;
razón de amor, ciudad de La Serena.


Arduo trabajo el del poeta, de reunir las emociones con las imágenes y traducirlas a
palabras. Una observación para los escritores, en el soneto XXIV, titulado “Vigencia
plena”:

Cuando hables de la vida en poesía
actuarán tus palabras y poderes
al usar como tú lo consideres:
tono, ritmo, cadencia y melodía.


El 3 de febrero de 1989 presentó su sexto libro: 12 sonetos ciudadanos, con gráfica
del ilustrador José Hernández, de Ediciones Vida Nueva de escritores asociados, impreso
por editorial Barcelona. “La última palabra la tiene el lector”, afirmó en la ceremonia,
evocando a Ercilla cuando dijo “las honras no consisten en tenerlas, sino sólo en arribar a
merecerlas”.

En el primer soneto, “libros en la plaza” dice que éstos —los libros— sufren de
amor cuando el lector los caza, terminando el último terceto:

Y si las luces de la noche encienden
los libros que poseen los lectores
empiezan a vivir con sus autores.


Si la vida es un constante ciclo entre el vivir, morir y revivir —tal vez eso sea lo que
retratan los poetas— cada vez que se abre un libro, cada vez que una página se deja leer por
su lector en la intimidad de aquel encuentro, es la vida que resurge en ese instante, es la
poesía que inunda el aire, es su autor que recibe un hálito que le da vida nuevamente.

A todos ustedes, desde mi padre, por darle a él y a nosotros sus descendientes, ese
hálito vital de su lectura en este homenaje, muchas, muchísimas gracias.

1 comentario:

Círculo Literario Carlos Mondaca dijo...

Gracias Amanda, por la publicación. Este sábado 8 de diciembre en Coquimbo, se lanzarán las cenizas de nuestro distinguido poeta Raúl Correa, como fuera su deseo. Allí estaremos en su despedida, para nuestro eterno recuerdo.

Envío invitación adjunta.

Saludos afectuosos para tí y la revista.



Circulo Literario Carlos Mondaca Cortés - Los Aromos 3443, Cía. Alta, La Serena - Cel. 93991581 - E-Mail: cmondaca.ls@hotmail.com

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