FÁBULA EXTENSA DE LA CAMPESINA Y SUS GALLINAS
(O, a quién le venga el sayo, que se lo ponga)
Esta era una vez, una campesina que en su tierra tenía gran cantidad de aves de corral. Un buen día, al mirar con atención su gallinero, se dio cuenta que estaba bastante a mal traer, entonces, se propuso arreglarlo y componerlo a tal punto, de que fuera cosa de admiración entre todos sus vecinos.
-Manos a la obra –se dijo, y con gran esmero limpió, pinto, transformó y modernizó su gallinero hasta que este fue cosa digna de admirar. Fue tanto así, que las propias gallinas se sintieron orgullosas de lo diferentes que las hacía ver a ellas en comparación con cualquier otro gallinero del lugar.
Por ejemplo: ya no tenían que escarbar la tierra en busca de los escurridizos granos de maíz, no señor. Ahora tenían modernos comederos donde la campesina les brindaba variedad de granos y potajes vitaminizados. Para hacer más grato este ambiente, puso en un rincón del gallinero un reloj “cucú”, en el que cada hora asomaba un hermoso gallo que dejaba escapar su “kikirikí” al son de la sinfonía n° 40 de Mozart; el resto del tiempo, emitía variados programas culturales.
Naturalmente, tales cambios tenían que producir efectos en las afortunadas criaturas, y estos se fueron manifestando de diferentes formas: primero que nada, les dio por aprender a dialogar y debatir cada noticia que escuchaban por la radio, y así, se llegó al extremo de que después de escuchar una charla sobre planificación familiar, La Castellana, líder delas ponedoras, se negó a poner huevos “sólo porque sí”, y así lo expresaba en apasionada arenga a sus plumosas compañeras:
- ...y es por respeto a nosotras mismas, que no debemos poner ni un solo huevo que no sea planificado y con el exclusivo fin de perpetuar nuestra especie. ¡No más gallinas objeto!
- ¡Bravo! ¡Hurra! ¡Eso es! – estas y otras exclamaciones coronaban el discurso de La Castellana.
Los pollos más jóvenes que antes jugaban y se peleaban en la búsqueda de un gordo y sabroso gusano, ahora se dedicaban a preparar intrincadas coreografías de baile, que eran representadas durante el programa “Los Diez Top del Momento”, que transmitía el radio-reloj-gallo de cinco a seis de la tarde.
Y sucedió que hasta un pequeño y solitario gallo de la pasión que vivía opacado por sus congéneres, comenzó a pasearse de un lado a otro con las alas en la espalda, discurriendo y formulando sesudas hipótesis a las más altas dudas filosóficas.
- Y bien – se decía – ¿de quién más puede ser el mérito de este cambio, sino, del individuo mismo? Porque... nada puede nacer de la nada, y si el saber se ha impuesto es porque siempre ha existido, y no porque alguien externo a nosotros lo haya decidido. Si somos lo que somos, es porque siempre lo hemos sido y, por lo tanto, no le debemos nada a nadie.
Así entre elevadas conjeturas y resoluciones transcurría su día, siendo el mayor motivo de admiración de todo el singular gallinero.
Día tras día, los vecinos de la comarca acudían a la casa de la campesina para ser testigos de las admirables aves. Y si bien, al principio no dejaban de alabar y felicitar a su dueña, con el tiempo, pasaban por su lado sin apenas mirarla y se dirigían directamente al gallinero.
Esto fue causa de gran despecho por parte de la campesina, quien herida en su orgullo por la “ingratitud” de sus aves y lo veleidoso de sus vecinos, esperó la oscuridad de la noche y escondida tras un rebozo, más premunida de herramientas, entró al gallinero y destruyó todos los adelantos y galanuras del lugar.
Las gallinas, adormiladas, no pudieron pensar nada más que un fuerte remezón asolaba el lugar y al llegar la aurora, y dejarles ver la magnitud del estropicio, no fueron capaces ni de cacarear. Incluso, el pequeño gallo de la pasión llegó a preguntarse si alguna vez había habido un cambio, o sólo lo había soñado.
A medio día, los asombrados vecinos que presenciaron lo acontecido, no podían entender cómo la dueña del gallinero parecía tan tranquila y relajada. Con una sonrisa de triunfo, la campesina se ufanaba de tener El Mejor Gallinero de Campo, rústico, fiel representante de las costumbres del lugar.
Por lo demás, como tiene que ser.
(O, a quién le venga el sayo, que se lo ponga)
Esta era una vez, una campesina que en su tierra tenía gran cantidad de aves de corral. Un buen día, al mirar con atención su gallinero, se dio cuenta que estaba bastante a mal traer, entonces, se propuso arreglarlo y componerlo a tal punto, de que fuera cosa de admiración entre todos sus vecinos.
-Manos a la obra –se dijo, y con gran esmero limpió, pinto, transformó y modernizó su gallinero hasta que este fue cosa digna de admirar. Fue tanto así, que las propias gallinas se sintieron orgullosas de lo diferentes que las hacía ver a ellas en comparación con cualquier otro gallinero del lugar.
Por ejemplo: ya no tenían que escarbar la tierra en busca de los escurridizos granos de maíz, no señor. Ahora tenían modernos comederos donde la campesina les brindaba variedad de granos y potajes vitaminizados. Para hacer más grato este ambiente, puso en un rincón del gallinero un reloj “cucú”, en el que cada hora asomaba un hermoso gallo que dejaba escapar su “kikirikí” al son de la sinfonía n° 40 de Mozart; el resto del tiempo, emitía variados programas culturales.
Naturalmente, tales cambios tenían que producir efectos en las afortunadas criaturas, y estos se fueron manifestando de diferentes formas: primero que nada, les dio por aprender a dialogar y debatir cada noticia que escuchaban por la radio, y así, se llegó al extremo de que después de escuchar una charla sobre planificación familiar, La Castellana, líder delas ponedoras, se negó a poner huevos “sólo porque sí”, y así lo expresaba en apasionada arenga a sus plumosas compañeras:
- ...y es por respeto a nosotras mismas, que no debemos poner ni un solo huevo que no sea planificado y con el exclusivo fin de perpetuar nuestra especie. ¡No más gallinas objeto!
- ¡Bravo! ¡Hurra! ¡Eso es! – estas y otras exclamaciones coronaban el discurso de La Castellana.
Los pollos más jóvenes que antes jugaban y se peleaban en la búsqueda de un gordo y sabroso gusano, ahora se dedicaban a preparar intrincadas coreografías de baile, que eran representadas durante el programa “Los Diez Top del Momento”, que transmitía el radio-reloj-gallo de cinco a seis de la tarde.
Y sucedió que hasta un pequeño y solitario gallo de la pasión que vivía opacado por sus congéneres, comenzó a pasearse de un lado a otro con las alas en la espalda, discurriendo y formulando sesudas hipótesis a las más altas dudas filosóficas.
- Y bien – se decía – ¿de quién más puede ser el mérito de este cambio, sino, del individuo mismo? Porque... nada puede nacer de la nada, y si el saber se ha impuesto es porque siempre ha existido, y no porque alguien externo a nosotros lo haya decidido. Si somos lo que somos, es porque siempre lo hemos sido y, por lo tanto, no le debemos nada a nadie.
Así entre elevadas conjeturas y resoluciones transcurría su día, siendo el mayor motivo de admiración de todo el singular gallinero.
Día tras día, los vecinos de la comarca acudían a la casa de la campesina para ser testigos de las admirables aves. Y si bien, al principio no dejaban de alabar y felicitar a su dueña, con el tiempo, pasaban por su lado sin apenas mirarla y se dirigían directamente al gallinero.
Esto fue causa de gran despecho por parte de la campesina, quien herida en su orgullo por la “ingratitud” de sus aves y lo veleidoso de sus vecinos, esperó la oscuridad de la noche y escondida tras un rebozo, más premunida de herramientas, entró al gallinero y destruyó todos los adelantos y galanuras del lugar.
Las gallinas, adormiladas, no pudieron pensar nada más que un fuerte remezón asolaba el lugar y al llegar la aurora, y dejarles ver la magnitud del estropicio, no fueron capaces ni de cacarear. Incluso, el pequeño gallo de la pasión llegó a preguntarse si alguna vez había habido un cambio, o sólo lo había soñado.
A medio día, los asombrados vecinos que presenciaron lo acontecido, no podían entender cómo la dueña del gallinero parecía tan tranquila y relajada. Con una sonrisa de triunfo, la campesina se ufanaba de tener El Mejor Gallinero de Campo, rústico, fiel representante de las costumbres del lugar.
Por lo demás, como tiene que ser.
MARCIAL HEREDIA / QUILICURA / 2004 - 2008
Publicado en el medio virtual La Voz de la Impotencia
Ilustración: Romina Biassoni
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