14 de julio de 2008

COMENTARIO CINE / Bernardo Astudillo

TARDES DE CINE

En la década de los cincuenta, cuando todavía en Chile la televisión no había desplazado al cine como elemento de entretención, la industria, buscando nuevas fórmulas para atraer espectadores, creó las series. La serie básicamente era una película contada por partes, ya fuera como capítulos unitarios o consecutivos, dependiendo del tema. Muchas de esas series – ahora consideradas de “culto”- se proyectaban antes de un plato fuerte, es decir, de un largometraje. Generalmente se exhibían en la mañana, después del mediodía, por lo que se llamaban “horarios de matiné”. De aquella concepción nació el cine de matiné, es decir, el género de aventuras, mezcladas con alguna dosis de romance, humor y drama. El género de capa y espada, entonces, acaparaba la atención, con aquellos héroes invencibles, románticos y luchadores de la justicia. La ciencia-ficción, sin estar a la saga, creó también sus propios héroes, y ahí nació, por ejemplo, “Las Aventuras de Flash Gordon”, indispensable antecedente para entender lo que vendrá en la década de los ochenta con “La Guerra de las Galaxias” y otras cintas que de alguna manera pretendían renovar el género volviendo a antiguas fórmulas. Si bien es cierto que los primeros en incursionar en este subgénero fueron los norteamericanos, los mexicanos, financiados por empresas como Paramount o Universal, que necesitaban llegar al público de habla hispana –considerando que en ese tiempo el “doblaje” casi no existía- crearon series adecuadas al estilo yanqui, con tramas truculentas, de románticos bandidos y héroes invencibles. El paso de la serie a la televisión no tardó en llegar, como consecuencia lógica de una industria en franco proceso de expansión, utilizando un medio cada vez más masivo y que, al contrario como se creía en ese tiempo, no competía con el cine. La época de oro de las series televisivas se dio en el mundo en la década de sesenta, cuando la familia se reunía para ver las peripecias de “El Zorro”, por ejemplo, producción Disney sobre el legendario enmascarado de la California española, llevado al cine en 1929 con Douglas Fairbanks.
Las aventuras eran un éxito seguro, y así nacieron series como “Tarzán”, otro éxito del cine, “El Llanero Solitario”, “Bonanza”, “Los Intocables”, “Ladrón sin Destino”, “Los Comandos de Garrison”, “Combate”, “Manix”, “Audacia es el Juego”, “Mi Bella Genio”, “La Hechizada”, “Bronco”, “Chayanne”, “La Diligencia”, “El Hombre del Rifle”, “La Isla de Gilligan”, “Perdidos en el Espacio”, “Viaje a las Estrellas”, “Alma de Acero”, “El Hombre del Maletín”, “Mi Marciano Favorito”, “Los Vengadores”, “Dos Tipos Audaces”, “El Santo”, “Misión Imposible”, y tantas otras series que no caben en una simple enumeración de una época caracterizada por la búsqueda de elementos de distracción a bajo costo, donde la familia era partícipe de ella, eje y motor de una industria que terminaría siendo un culto masivo y de añoranza. Si bien es cierto que el cine seguía siendo un “hermano mayor”, la serie renovó el lenguaje visual de toda una generación que se educó en ella y que, de no mediar el arrollador avance tecnológico, seguiría imperando en nuestras vidas con la misma vitalidad de entonces. Ahora, en pleno siglo XXI, cuando la tecnología ha desplazado a la humanidad a un puesto de usuarios compulsivos, se añoran esas tardes apacibles cuando la familia se reunía a ver las aventuras de sus héroes preferidos, envueltos en un mundo de fantasía, un mundo que, dadas las circunstancias normales de una época como la nuestra, está irremediable confinado al cajón de los recuerdos.



Bernardo Astudillo
Publicado en La Mancha número cuatro

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