4 de diciembre de 2011

COMENTARIO/ Rosa Alcayaga Toro


Stella/Eva Eva/Stella: desobediencia en versos



Saborear su poesía es una invitación herética. Y si ustedes me invitan a sintetizar podría decir que una sola palabra puede configurar su perfil tanto en su obra como en su vida: disidencia. Por lo tanto, ‘sola contra el mundo’ como escribe el poeta Enrique Lihn no es una metáfora cualquiera en el caso de Stella Díaz Varín (1926-2006), en su obra converge la poesía vanguardista en la línea del surrealismo y la voz de la mujer-sujeto-creadora como eje articulador de ciertos rasgos de la poesía moderna como un ser distinto que apunta a transformar el sistema. Inscrita en la tradición de la ruptura si me guío por los parámetros analíticos del premio Nóbel mexicano Octavio Paz puedo sostener, a contrario sensu de los titanes patriarcales, que Stella Díaz Varín recrea una visión cósmica del mundo por el camino de la analogía expresada a través de las correspondencias: una forma sagrada de ver el universo y el cosmos en búsqueda de un nuevo sagrado en rebelión frente al establishment burgués. Su búsqueda de lo absoluto como se lo declaró miles de veces a su amiga entrañable la periodista Claudia Donoso, fue un deseo siempre presente: “Yo soy la fuente, pequeñísima, pero soy la fuente y por eso es que hay mucho terror. Porque la soberbia es un pecado y eso te lo machacan todas las religiones. La Iglesia Católica es la más pilla porque te dice que de los mansos será el reino de los cielos, o sea, vamos aplastándole la cabeza a los pobres seres humanos”. Desde el romanticismo hasta las vanguardias, los/as poetas han intentado crear, cada uno/a a su modo, su propia mitología, a partir de los restos de las religiones oficiales, mitologías, obsesiones personales, conformando sus propias estructuras de símbolos y mitos, de tal forma que la poesía moderna aparece como una nueva mitología en su obsesión por constituirse en un sustituto de las religiones tradicionales, que al decir de Gutiérrez Girardot, condena al artista al ‘fracaso’. Lo supo Stella Díaz Varín. Por eso la poeta admite estar “vencida y condenada” y así lo escribe en su poema La palabra: “Se termina la búsqueda y el tiempo. / Vencida y condenada / Por no hallar la palabra que escondiste.”




Desde una perspectiva hermenéutica bajo las coordenadas de la teoría literaria feminista, podríamos decir que las palabras que busca le fueron negadas y las existentes le son ajenas porque fueron creadas por el primer sexo. No obstante, con sus imágenes, Stella Díaz Varín rompe las ataduras lógico-racionales: a veces como una Stella/Eva subversiva, recrea una visión distinta de la historia oficial sagrada y arrogándose un derecho que le ha sido negado, asume una voz para contar cómo habría sido creada realmente: “El Alfarero vino, tomó un trozo de fuego / y modeló mi entraña, / después, apasionada y silenciosamente / dibujó mi sonrisa, /que es esta mueca absurda que me forma la cara.” Si tenemos presente que una determinada cultura impone símbolos, lenguaje y modelos, signos de reconocimiento en donde las poetas, en particular, no pueden reconocerse, la búsqueda de una identidad diversa fuera de los cánones se convierte en un desafío y una tendencia.



Rosa Emilia Alcayaga Toro 
Publicado el Revista La Mancha # 18 





Stella Díaz Varín (1926-2006) nace en La Serena. El año 1947 parte a Santiago e ingresa de inmediato a la Alianza de Intelectuales de Chile que presidía Pablo Neruda y su domicilio poético lo fija en el grupo surrealista La Mandrágora. Injustamente, su poesía es menos conocida que su leyenda, lo declara el escritor José Miguel Varas. Así también lo señala Andrés Morales: “Creo, y lo digo sin pudores, que casi nadie conoce la obra de Stella Díaz Varín. En entrevista concedida a la revista Simpson Siete de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), año 1992, ella cuenta que hubo hombres que dijeron “a esta galla galluda y controvertida pongámosle una lápida encima. Publicó cuatro libros: Razón de mi ser, año 1949. Sinfonía del hombre fósil y otros poemas, 1953, Tiempo, medida imaginaria, 1959. Los dones previsibles, año 1992, publicado por la editorial Cuarto Propio. Y un tríptico testimonial autoeditado: La arenera (1993). Fue invitada oficial a Cuba el año 1994 y sus mejores poemas fueron editados en La Habana, en una Colección de Clásicos de la Poesía Contemporánea: “Gran honor porque en esa serie sólo habían publicado antes a Dylan Thomas y a Rimbaud”.

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