EL CUARTO
Cuando Eva fue a denunciar la desaparición de su tercer marido, Él se decidió a investigar.
La ausencia del primero la había justificado pensando que el hombre se había fugado del hogar aburrido por el acoso femenino.
En el segundo caso, tampoco se inquietó porque creyó que siendo más enamoradizo que el anterior se habría ido con otra. Ahora se daba cuenta de que esto no era posible: no había otra mujer aparte de Eva.
El número tres era el más perfecto de todos. Debía, entonces, haber una explicación lógica para este fenómeno. Empezaría por interrogar al principal testigo, es decir, a la propia denunciante.
—¿Dices que todos han desaparecido estando dentro del cuarto de baño?
—Sí, Señor, pero ninguno ha salido por la ventana porque tiene protecciones metálicas.
—¿Y por qué tiene protecciones?
—Las hice poner por temor a los ladrones y a las serpientes.
—Pero si aquí no hay ladrones, mujer.
—Nunca se sabe, Señor.
El Señor se rió ante tal absurdo.
—¿Qué característica tenían en común tus tres maridos? —siguió preguntando el Señor.
—Aparte de que no les gustaba la fruta, eran muy cochinos. Nunca se bañaban. Me dejaban las sábanas imposibles de sucias todas las noches. Cuando conseguí convencerlos de que se ducharan, desaparecieron dejando la llave del agua abierta.
El Señor, mientras la mujer esperaba, reflexionó unos instantes. Al fin se dijo: "como he podido ser tan descuidado en un detalle que es simple".
—Puedes estar tranquila, mujer —le informó—, tu nuevo marido, que llamaremos Adán, no te abandonará jamás. Si se va de este lugar algún día, se irá contigo.
Amasó un poco de barro y en un dos por tres, el primer hombre —que en realidad era el cuarto— estuvo listo. Esta vez tomó la precaución de recubrirlo con una sustancia impermeable llamada sudor. Era la fórmula que había descubierto para evitar que se disolviera con el agua lo mismo que sus antecesores. Le insufló, como al descuido, la afición por la fruta.
La serpiente, entre tanto, se frotaba contra un árbol, de puro gusto.
EL SOMBRERO
Aquí, donde usted me ve, bajo este sombrero cuyos adornos corresponden a las letras iniciales de mi nombre y apellido, he cometido cuatro asesinatos. El hombre hablaba en forma pausada. Sin otro gesto de su cuerpo que el de señalar con el índice hacia su sombrero cuando hizo alusión a él. La mujer sentada en el extremo del banco lo miró creyendo que él hablaba para sí mismo o para nadie. Sin embargo, advirtió, luego, que la tomaba como su interlocutora.
-¿Y no siente arrepentimiento lento por sus delitos? -Formuló la pregunta sólo como un modo de mantener la distancia entre ella y el desconocido.
Pensó que se trataba de alguien completamente loco escapado del manicomio o de algún humorista que pretendía hacerla blanco de sus bromas. No obstante, algo en el tono de su voz o en la seriedad de su cara le indicaba que el individuo decía la verdad.
-No, porque de nada sirve arrepentirse. Los muertos no van a resucitar por ello. Es
propio de hipócritas lamentarse después de los hechos. El único arrepentimiento útil es aquel que se experimenta antes de hacer alguna cosa, o el que deben hacer los que van a morir.
El hombre hablaba sin ninguna emotividad, desde el comienzo. La mujer pensaba que no debió detenerse a descansar en esa plaza. Luego de una mañana de encuentros y desencuentros con diversas personas en distintos lugares, la necesidad de sentarse habíasele hecho imperiosa. A pesar de la prisa que tenía por llegar a su destino, la sombra del árbol y el escaño pintado de verde los sintió acogedores. El hombre posado allí antes que ella le pareció inofensivo.
El sombrero le daba un aire de respetabilidad a esa hora y en ese entorno.
-¿Y qué motivos lo han llevado a cometer esos... esos asesinatos como usted los llama?
-No he tenido ningún motivo en particular, aparte del sombrero. Cuando me lo pongo me sucede algo extraordinario.
-El sombrero lo encuentro bastante sentador. Sólo me llaman la atención las letras.
-Como le dije, corresponden a mis iniciales. Por eso me gustó, por la coincidencia.
Era el último, según me dijo el vendedor. Claro que puede no haber sido cierto. Desde que lo compré en un mercado de Lima me lo he puesto sólo en cuatro ocasiones. Esta es la quinta vez que lo uso. Salí hoy de mi casa cuando ya el sol estaba alto y usted sabe, hay que cuidarse por esto del hoyo en la capa de ozono.
-No veo relación entre lo que usted decía antes y el sombrero-argumentó la mujer.
-Ya la verá usted -dijo el hombre, levantándose-, pero no se lo cuente a nadie.
Aunque en verdad, está de más que se lo pida, no va a poder hacerlo.
Hizo una extraña reverencia delante de la mujer y se alejó a pasos lentos, perdiéndose entre la multitud del medio día. Ella permaneció por mucho rato más sobre el banco. Ya no tenía prisa en marcharse. Era la número cinco de la serie.
Miguel Reyes Suárez
Escritor, miembro de la Sociedad de Escritores de Chile.
ANTECEDENTES LITERARIOS: Cuentista, novelista, poeta.
Libros publicados:
- "Pamela", 1985 (primera edición; segunda edición en 1989);
- "Extraños Visitantes", 1988;
- "Pamela II", 1997;
- "La Zona Peligrosa", 2000;
- “El Espejo”, 2002.
- “Un día especial”, 2007.
- - “Setenta sonetos (¿y ninguno más?), 2010
Logros literarios:
- Tercer Lugar en Concurso de cuentos Caja de Compensación Javiera Carrera, 1985.
- Segundo Lugar en Concurso Nacional de Poesía de Villa Alemana, 1996.
- Segundo Lugar en Poesía y Cuento, Municipalidad de Lo Espejo, 1995
Instituciones a las que pertenece:
- Sociedad de Escritores de Chile (SECH).
- Ateneo de Santiago.
- Grupo Fuego de la Poesía.
- Ateneo de Melipilla.
1 comentario:
Los relatos de Miguel Reyes se manifiestan a partir de una supuesta previsibilidad de lo real. Alimentados de buen humor, sus personajes son los primeros sorprendidos de cuantos les sucede.
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