11 de marzo de 2009

COMENTARIO / Marcelo Escobar Morales


Anarquia Literaria


S
on casi los únicos ejemplos de escritores anarquistas en Chile, Manuel Rojas y González Vera, junto al poeta Domingo Gómez Rojas, que apresado durante una huelga terminaría volviéndose loco en una oscura celda de la cárcel de Santiago. Representantes de una generación donde el idealismo se pagaba demasiado caro, en una época tumultuosa y oscura, estos hombres mantuvieron el valor y usaron las armas de su poderosa escritura para denunciar con energía la injusticia social y los atropellos del estado, la iglesia y la policía. Eran insolentes, audaces, solidarios, valientes y grandes intelectuales. Y se habían construido solos.
Cuando era un niño y comenzaba a refugiarme en los libros, descubrí un viejo texto escolar que había pertenecido a un tío, el que seguramente había sido obsequiado para nuestra educación. Era un viejo libro con las tapas cafés y el maravilloso diseño tipográfico de esos años, la cubierta parecía encerada por el uso y las paginas interiores estaban resecas y amarillentas. En ese libro leí por primera vez un cuento de Manuel Rojas.
El relato se titulaba “Laguna”, y narraba las desventuras de dos chilenos en un campamento de trabajadores en la cordillera argentina. La singular pareja estaba compuesta por un adolescente y un roto de memorable mala suerte que daba el nombre a la narración. Enganchados por una compañía inglesa para trabajar en las obras que abrirían un túnel para el tren trasandino, conocen un mundo de privaciones: hambre, frío intenso, pero también compañerismo y amistad entre un heterogéneo grupo compuesto por suizos, italianos, argentinos y varios chilenos más.
No tardaría la mala suerte en ensañarse con Laguna, una sucesión de accidentes y castigos por parte de los capataces de la compañía, concluyen por reducir al desafortunado roto a un costal de huesos desdentado. Por su parte el joven chileno decide emprender el cruce de la cordillera, sumándose a una pareja de decididos anarquistas. Laguna ruega, en una escena conmovedora, que lo lleven con ellos, cansado de la mala fortuna y decidido a morir en Chile. El final del relato es desolador.
Jamás había leído algo así, con esa atmósfera mezcla de pesimismo y esperanza, tan cruda y real para un niño que comenzaba a vislumbrar el mundo.
La aparición de los dos anarquistas fue algo que me intrigo durante un tiempo largo, nunca había escuchado esa definición, pero intuía que eran una casta especial de hombres, valerosos y solitarios, nada más.
Con los años me enteré de que el episodio lo había vivido el mismo Rojas, que había cruzado la cordillera a pie y había llegado hasta Valparaíso durante su juventud, y que era anarquista.
Manuel Rojas se transformó con el correr de los años en uno de los escritores más dotados de la literatura chilena, duele pensar que sus textos son autobiográficos, que la médula de su escritura, lo que la nutre, es la exquisita combinación de realidad y ficción. Duele pensar que el joven Rojas padeció el hambre que describe en el magnífico cuento “El vaso de Leche”, pero es sencillamente la verdad.
Las privaciones del escritor marcaran su obra, jamás se despegará de ella y esta misma miseria vivida le otorgarán la calidad moral que mantuvo hasta su muerte en 1973.
Es comprensible entonces que el joven Rojas se integrará a las filas del anarquismo desde muy temprano, su escepticismo social lo volcaba en las páginas de la revista Claridad, principal órgano de denuncia de los estudiantes e intelectuales de aquellos años.
Manuel Rojas reúne las características esenciales del anarquista: La autoformación, la rabia social, y por sobre todo la idea de que es el propio individuo y nadie más, el que construye su propio destino.
A los dieciséis años había desempeñado todas las labores que un obrero trashumante podía realizar: zapatero, cerrajero, apuntador de teatro, peluquero, pintor de brocha gorda y por supuesto tipógrafo, el oficio clásico de los monjes anarquistas.
Las lecturas de William Faulkner, Mann y Proust definieron su carácter y lo introdujeron en el árbol que es la literatura, rescatándolo para siempre.
Después de años de preparación está listo para el gran golpe, su obra maestra.
El libro que despediría violentamente el criollismo establecido, revolucionando los antiguos modelos de nuestra literatura e instaurando el relato realista. Por fin aparecía la novela que aplicaba técnicas modernas a un relato de criollismo urbano, gracias al estudio de los escritores de vanguardia. aparecía “Hijo de Ladrón” y la novela chilena se ponía pantalón largo.
En este difícil camino lo acompañó el otro escritor ácrata de nuestra literatura, el también joven José Santos González Vera, de similar vida y formación había nacido apenas un año después que Rojas, en 1897, en la localidad de “El Monte”.
Escapa de su hogar apenas un niño y se sumerge en los barrios marginales de Santiago, aprendiendo múltiples oficios, hasta relacionarse lentamente con las letras.
Al igual que Manuel Rojas, González Vera realiza una obra innovadora y cargada de vivencias, con una escritura lenta y bien pensada, el escritor describe con fina ironía los suburbios de principios de siglo. Con un estilo narrativo exquisito, de una fineza y claridad nunca antes vista, González Vera depura su estilo hasta conseguir un minimalismo desacostumbrado en nuestras letras, mezclándolo con un humor de excepcional factura.
En su novela más conocida, esa joya de sencillez que es “Alhué”, el escritor logra cierta notoriedad. El breve e intenso libro describe con una prosa poética, cargada de emoción y nostalgia, el lento pasar en la sencilla villa detenida por el tiempo. Este es el único libro en nuestras letras en que cada descripción esta relatada con una mirada de un preciosismo sobrecogedor.
Con apenas dos libros publicados (Además de su debut en las letras con “Vidas Mínimas” de 1923), el escritor es galardonado con el Premio Nacional de Literatura en 1950.
José Santos González Vera fallece en Santiago en 1970.
Estos dos grandes de nuestras letras son los sobrevivientes de los locos anarquistas de principios de siglo, ejemplos de virtud y entereza hasta el último de sus días.
Caminaron una vida juntos, y realizaron una gran cantidad de textos políticos, casi siempre en la revista “Babel”, considerada por muchos como la mejor publicación literaria en nuestra historia. Ahí gritaron las cosas por su nombre, siempre con coraje y dignidad. Fueron amigos hasta el final.





Marcelo Escobar Morales
Publicado en La Mancha número nueve.

http://www.muertealatardecer.blogspot.com


1 comentario:

Anónimo dijo...

Este artículo me encanta, la hermosura en la pluma de Manuel Rojas, José Santos González Vera y José Domingo Gomez Rojas enaltecen la vida popular, esa vida mínima que hace de lo simple el placer de la conmoción.
Un abrazo
Marcelo Arce.