Llueve. Lento. Dulce e intermitente. Imposible es no recordarte...
También llovía la tarde de aquél viernes del otoño pasado. Llovía frío, con olor a invierno.
Olía a invierno... llovía frío y golpeado. Lo suficiente para amortiguar el ritmo de mis pasos y el girar de tu puerta.
Llovía frío afuera, pero, no en tu cuarto. Los vidrios de tu ventana estaban empañados en contraste con lo de afuera. El frío estaba afuera. Una ola de calor viciado me envolvió al abrir la puerta.
Allí estabas. Te veías tan pequeño... tan dramáticamente inofensivo insertado a pelo entre las ancas morenas. Tan desvalido en tu gesto y tu actuar... tus dos manos agarradas de unos hombros despreciativos, indiferentes, y tus caderas guerreras embistiendo una y otra vez el enorme trasero negro. Tu vientre (mi vientre amado), refregándose a destajo: de arriba abajo, de un lado al otro, en semicírculos extraviados por la urgencia de no perder tu erección (eso, lo adivinaba), y de atinar de una vez por todas en la cavidad precisa.
Te veías tan pequeño... tan frágil así, de bruces sobre las imponentes nalgas movedizas que, hasta sentí pena. Verte así, ante mi asombro desgarrado, sentirte así, con todos mis sentidos erizados: hozando, gruñendo como un cerdo encelado, gimiendo, retorciéndote de ganas por llegar a... no sé adonde. Sólo de ver tu desesperación chocando contra la pasividad de su entrega, supe que no había por donde. Todo no era más que un cuadro de contrastes: tu cuerpo albo subrayando una piel canela. El rítmico frenesí de tu vientre, contra la inercia indolente. Tus monosílabos apremiantes contra el desprecio tácito. Y tú, mi macho altanero, el que extraía en un dos por tres y sin esfuerzo, un orgasmo tras otro de entre mis piernas... ¿qué pasaba contigo? Estabas allí... jadeante, sudado, vencido, estrellado contra la indiferencia que provocan las diferencias.
Y ... es que te veías tan pequeño ensartado (tú, el ensartador) entre uno y otro montículo de la gran puta negra, que... (lo juro) hasta me dio pena, y despacio, cerré la puerta.
Olía a invierno aquella tarde del último otoño. La lluvia estaba fría y poco a poco, arrasó con toda la tibieza de mis lágrimas, con el temblor de mi pecho y con el vómito de amor atragantado en mi garganta.
Olía a invierno por dentro y fuera, y caminé sola hasta la esquina mientras la lluvia fría congelaba cada centímetro de mi esmirriado y deprimente cuerpo blanco.
Amanda Espejo
Grupo La Mancha
Publicado en el número uno de la Revista El Puñal.
Collage: Amanda
4 comentarios:
SIMPLEMENTE GENIAL!!!
lo apludí en el lanzamiento del Puñal y lo apludo acá, es muy muy muy bueno y "güeno" como para leerselo a más de algún galán moribundo jajajaj
muakismuakis
FELICES FIESTAS!!!
que el 2009 llegue cargadito de salud y trabajo:-)
Amanda:
Es muy intenso tu escrito, lo leíste muy lindo aquel día en el chileno - norteamericano, eres una gran gestora literaria y cultural.
amores
Z.B.
El ritmo de este cuento es buenísimo.
Eli.
Amanda: Completamente de acuerdo con Eli sobre el ritmo: constante, no decae en ningún momento haciendo que el remate sea alto, por lo que el lector sí lo percibe.
Agustín.
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