EL OJO
Una
de las cosas que atacaron mi curiosidad desde que las vi, fueron las puertas
ubicadas en semicírculos, en la plazoleta, a los costados de la entrada
principal del Cementerio General. Consultas en Internet y al administrador del
cementerio, disminuyeron algo esta insistente inquietud. La respuesta es que
fueron estacionamientos de las carrozas mortuorias, tiradas por caballos y
utilizadas en épocas pasadas. Aún con esta información en mi poder me acerqué a
investigar. Encontré unas puertas formidables provistas de grandes cerrojos.
Mis genes boyeristas o mirones me incitaron a escudriñar por una de esas
aberturas. Miré hacia todos lados y cuando nadie se percataba de mi intención,
tomé esa ridícula posición del mirón y… mi ojo encontró al otro lado de la
puerta otro ojo que me atisbaba sin pestañear. Fue tal el impacto, que aterricé
con mi humanidad en el suelo, la respiración agitada y el corazón con las
revoluciones a mil; escalofríos desde la cabeza a la punta de los pies. Más calmado
me ubiqué en la puerta contigua, y en un
arranque de valentía, procedí a fisgonear. De nuevo el mismo ojo me espía sin
pestañear.
Esta
vez salí huyendo y marcando la señal de la cruz sobre mi pecho. Ese severo e
inquisidor ojo, el iris de ese ojo que nunca olvidaré, era el de mi madre. Digo
era, porque ella falleció hace doce
años atrás…
OJO POR OJO…
El
barrio en donde vivo es muy peligroso debido a los drogadictos y delincuentes
juveniles capaces de asaltarte sin miramiento alguno. Es por esta razón que
llevo en la sobaquera de electricista -junto a los alicates y destornilladores-
una pistola para defender mi vida. Ayer, se presentó esa situación. El jefe de
la pandilla me arrebató el bolso con mercadería que con mucho esfuerzo
económico compré para mis hijos. El maldito además me amenazó, ubicando el dedo medio y el índice sobre los ojos y
con la otra mano un gesto de cortarme el cuello. Me indigné ante esos ademanes
y porque me quitara los alimentos para
mi familia. Saqué la pistola y le descarrajé un tiro en una pierna y con el
alicate le saqué parte de la dentadura. Me dí vuelta y enfrentando a los
pandilleros, imité el gesto de los dedos sobre los ojos, un diente en el
alicate y les grité: Está en la biblia: “ojo
por ojo y diente por diente”.
Desde entonces me rehuyen
con temor, y ahora en la pobla me apodaron “el bíblico”.
EN CADA MIRADA
Mi
mujer dijo en una airada discusión por celos: Detrás de tu mirada de
indignación me parece que siempre ocultas algo.
Para
no continuar con la disputa, me encerré en el baño. Ya más tranquilo, me
observé en el espejo, y esos ojos
ubicados en el vidrio le dieron la razón.
El MIRÓN, Mario Alfredo Cáceres Contreras
1 comentario:
Amanda: Gracias por la pronta publicación. Este trabajo es parte de tareas del taller LA MAMPARA.Mis alumnos me desafiaron, porque encontraron el tema algo complicado y salieron estos cuentos. Ellos cumplieron a cabalidad.
Siempre fiel a la revista y a los buenos poetas que publicas. Los narradores somos algo flojitos.
Un abrazo y pronto enviaremos otras colaboraciones a mi revista favorita.
Mario Cáceres Contreras.
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