9 de junio de 2012

COMENTARIO libros / por Ángela Barraza Risso









ESA VIOLENCIA QUE NOS UNE

Presentación del libro “MALDITO PARAÍSO” de Rosa Alcayaga Toro
                                                                                 
Ángela Barraza Risso
Santiago, 24 de abril 2012 (SECH)

Buenas noches. Es un placer para mí presentar este libro, sobre todo en este espacio que es tan representativo, tan emblemático, violento las más de las veces, pero que es el lugar que tenemos y que tenemos que cuidar y habitar, sobre todo ahora que estamos en tiempo de elecciones de directorio, pues si las cosas malas suceden es, justamente, por la omisión y el desinterés de muchos. Porque nosotros también lo permitimos.

Debo confesar que, cuando Rosa me pidió que participara en la presentación del libro, y me dijo que era en la SECH, casi me fui de espaldas y la insté a que lo hiciera en otro lugar, le dije que este espacio estaba muerto y que se iba a negar un público que es el que no se siente representado por esta institución y que es, justamente, el que está construyendo literatura hoy, el que hay que llamar, el que debiera estar acá junto a nosotros,  por eso quiero agradecer hoy a las amigos que me acompañan.

Finalmente, por razones de la vida, que sería demasiado largo detallar, terminé inscribiéndome yo y asistiendo cada lunes a esta casa (SECH), entonces, ya no me parecía tan descabellado presentar este libro acá, considerando que fui yo, junto a mi equipo de trabajo, los que generamos el fanpage “por una sociedad de escritores con zapatillas” que más de alguno debe haber visto y por la cual casi se nos ha planteado como que estamos en pie de guerra con los históricos de la SECH, cuando en realidad no es así, sino, por el contrario. Lo que pretendemos es motivar a la gente a que venga, darle más soltura a este espacio en un ambiente de comunión y de participación, porque también nos pertenece.

Con Rosita tenemos una amistad que trasciende lo generacional, incluso lo geográfico y que surge a partir de un poema mío, que se encontró con la generosidad de ella, en un sujeto común, que es Carlos Contreras Maluje y su historia que, lamentablemente (y digo lamentablemente porque su caso es escalofriante) es nuestra historia, y que pareciera ser que se nos está repitiendo, entre movimientos sociales, marchas y voladores de luces en términos comunicacionales, en este maldito paraíso como Rosa titula su libro, entonces, espero que comprendan que esta presentación la hago desde ese lugar de amistad y de cariño que puede nublar a ratos la imparcialidad, pero que, por la chucha que nos hace falta, cuando no se trata únicamente de enjuagar lukas, sino de un ejercicio gratuito y desinteresado en lo que hacemos.

El primer acercamiento que tuve con el libro, fue con el poema “Sobran ojos persiguiéndote”, que habla del caso de Jeannette Hernández, la peluquera que ataca brutalmente a sus dos hijos, asesinando al menor y dejando al mayor con un daño cerebral irreparable para castigar al esposo, que ayudaba a la “Rancherita” a hacer carrera mientras se relacionaba con ella extramaritalmente. Caso en el que, también, se basa la obra “Ángel a martillazos” del poeta, dramaturgo y gran amigo Pablo Paredes. Y el epígrafe del poema versa sobre un artículo breve que escribió Diamela Eltit en el periódico The Clinic, que se titula Medea y el caso de Jeannette Hernández: La ruta de la sangre. Entonces, de un caso tremendamente violento, ya tenemos 3 referentes literarios, incluyendo el poemario de Rosa, que encuentran, en ese espacio un nicho de creación, un vértice desde el cual estructurar un discurso, como una trinchera en la que es imposible sentirse cómodo, pero hay que habitar y desde la que hay que articular interpretaciones verbales, entendiendo que la creación literaria a partir de un hecho social y tremendamente político, aporta una visión, que es otra, totalmente distinta de la que entregan los medios de comunicación, es una forma de aportar nuevas aristas para comprender determinados fenómenos que nos circundan sin la liviandad tan propia de la información del suceso en el noticiero, que pasa a otra noticia de deportes o de espectáculos, marginando por completo al drama que antecede a la violencia y a la historia que antecede al drama.



En la Grecia antigua (y acá me van a perdonar que me remonte a Grecia y, lo que es peor, a la antigüedad, pero es que no puedo renegar de mi formación en filosofía) se entendía la dramaturgia y el ejercicio de la representación como un eje tanto estético como político desde el cual se convocaba a la polis a través de dramas que, si bien estaban invadidos de dioses y de sucesos extraordinarios, también apelaban a los instintos más primitivos del ser humano, a esa animalidad de la que intentamos renegar a consecuencia de nuestra razón constantemente, pero que están ahí, como una sombra que se asoma aún en nuestros días y que aparece de vez en cuando en las páginas de La Cuarta con cuanta faramalla Cuma es posible, dándonos esa livianita sensación de que es improbable que nos toque, porque esos instintos son propios de los arrabales y de los guetos de la ciudad, pero que nos fascinan. Y es ahí donde nos damos cuenta de que el teatro griego no ha perdido contingencia a pesar de la historia, porque nuestra esencia no puede perder la cualidad de contingente, porque en realidad, aunque nos cueste creerlo, no hemos evolucionado nada. Y Rosa alcanza a visualizar esa realidad, la coge y la mixtura a partir de la mitología griega y la trae de vuelta a colación a través de su libro que aborda la temática de la violencia de géneros, que puede ser en verdad cualquier tipo de violencia, invocando tanto a Hades, Orfeo, Hécate como a Eva, María, María Magdalena y con ellas toda la iconografía que nos resulta tan familiar como las barajas del tarot o el librito de la primera comunión cuando se trata de hablar sobre el sufrimiento propio, sobre el que inferimos o del que provocamos.

Este libro está dividido en 4 capítulos, que son los cuatro elementos fundamentales de la naturaleza: aire, agua, tierra y fuego, pero aparte de esas divisiones hay otra que me parece verdaderamente maravillosa. La división entre el antes y el después de la revolución tecnológica de la que muchos de nosotros hemos sido testigos, pero más conscientemente, la generación de Rosa, pues acá el lenguaje se abre y se descarna volviéndose vertiginoso pues nos muestra la amplitud de conceptos de nuestra cultura occidental, en donde encontramos versos que hablan de una concepción marianista de la mujer, dolorosa y sometida versus la visión amplia, pornográfica y globalizada del redtube en relación a la generación que la sucede, en este caso la hija, en la esperanza de que la generación inmediata que deviene a nuestra cultura puede o va a ser diferente, cito (el poema-carta “Mermelada de mora sin clavos”):

querida hija
mientras tú me escribes de ponceos y etiquetas
besándote de mentira con el primer gandul cibernauta
atravesado en tu pantalla azul de niña efervescente
aquí tu padre manda a botar a la basura toda la mermelada de mora crucificada
de clavos de olor porque a él que es un macho de pelo en pecho no le gusta
me cuentas de tus clases de Género
si las entiendo
pero el día a día hija
yo
tu madre
me acuesto sin resolver aquello elemental como decir no quiero y grito
desde una puerta enrejada entre sábanas mortuorias
dispuesta a evadir ese hedor insoportable del semen diario y tu padre
descerraja su bazuca contra mi cara rellenando mi boca
al estilo redtube
espero que nada te pase yo acá revolviendo una y otra vez
mermelada de mora sin clavos
buscando una fórmula
por favor trata de mandarme los apuntes de la profe
cuando te enseñe
a emanciparte
besos
tu madre.

PD: no te olvides hija, a las legumbres no debes echarle sal mientras se cuecen.                                         

Con textos como este no me queda más que reflexionar en la cantidad de revoluciones que nos han precedido en la historia, en las guerras, en la imprenta, en la producción en serie y sonreír de medio lado, casi con pena, con resignación porque la verdad es que el libro de Rosa no habla del género y del sometimiento de la mujer únicamente. Habla de la violencia en sí misma, que nos es inherente e inalienable por nuestra condición de especie. El sometimiento existe y va a seguir existiendo mientras haya fuertes y débiles. Lo que quiero decir es que la violencia del hombre a la mujer es terrible, pero ojo, la violencia del hombre contra el hombre, la violencia de la madre contra los hijos, la violencia en sí misma es terrible, no porque sea violenta, sino porque se ejecuta de manera bestial cuando uno de los contendores en la batalla no está a la altura del conflicto. La violencia es bella en muchos casos, es un motor incluso de cosas increíbles y buenas como las revoluciones. Los pueblos se levantan de la opresión con violencia, el sexo es un ejercicio violento, es una invasión con todas sus letras. La violencia no puede ser mala en la medida en que es natural en todos nosotros, es una condición de lo humano y por eso nos une, nos convoca en una barricada, en una marcha, nos violentamos cuando vemos que se está cometiendo una injusticia, cuando nos defendemos o defendemos a nuestros hijos, lo hacemos con violencia, creamos desde la violencia. Lo que no es natural es el abuso y creo que Rosa es capaz de hablar en este libro de ambas cosas sin pretender resolverlas, pero aportando una visión parcial, su visión de las cosas y eso se agradece.

Afortunadamente en mi vida he tenido la oportunidad de hacer varios talleres literarios. Con lo que siempre comienzo es con una definición de lo que es un artista que me llamó poderosamente la atención cuando era niña y que fue determinante a la hora de decidir que mi opción de vida era dedicarme a la escritura. Esa definición decía más o menos así: Artista es aquel que, viéndose afectado por lo que lo circunda en tiempo y en espacio, produce obras de arte, mediante un buen manejo de la técnica, permitiendo con esta producción que el mundo vea lo que ven sus ojos. No me pregunten, por favor, de dónde chucha saqué esa definición, porque no tengo idea y fue hace muchísimos años, pero eso sí me quedó grabado a fuego “lo que ven sus ojos” no lo ve cualquier ojo, no lo que ven todos los ojos, sino SUS ojos, los de un artista. Y en ninguna parte decía que esa mirada debía ser objetiva. En ninguna. Porque para eso están los científicos. Entonces siempre a mis talleristas les exijo que afirmen cosas, que nominen cosas. Que eliminen lo incierto y lo infinito, porque eso puede hacerlo cualquiera, que me muestren su visión del mundo, que me digan y que me demuestren que vale la pena leerlos porque me van a mostrar algo que yo no he visto y Rosa, en este libro tiene eso. La parcialidad del dolor, del tiempo y del espacio y da cuenta de ello y sólo por eso vale toda la pena del mundo.

Rosa querida, para ti, todo el éxito con tu MALDITO PARAÍSO.
Para ustedes, la mejor de las noches.    

1 comentario:

Anónimo dijo...

De alguna manera he seguido por ciertos lares a estas poetas que transitan el borde poético de la disidencia.
De alguna manera he entibiado mi corazón con sus desgarros y enjutos dolores que se cruzan y se abren a nuevos caminos.
La poesía está, hay que encausarla.
"Eres la primera que te paseas por aquí
en mucho tiempo a la redonda"
Fragmento de Nocturno. Enrique Lihn
Ema Jard B.