LA TIERRA QUIERE SANGRE
Comentario por Juan Felipe Galindo Márquez
El universo está
constituido en esferas, concéntricas de alguna manera, pues toda esfera contiene
otra más pequeña y está contenida a su vez en otra mayor. El hombre y la
mayoría de seres por él conocidos han habitado esta esfera específica a la que
llamamos Tierra. Si reducimos la mirada encontraremos células, núcleos,
moléculas, átomos y partículas subatómicas que danzan poseídas por su
específica carga eléctrica. De manera análoga, si ampliamos nuestro punto de
observación, las esferas se dilatarán y encontraremos galaxias: entes gaseosos,
esencias vívidas que habitan el universo y contienen en su plasma soles y
planetas.
Que hasta un momento determinado el hombre desconozca estructuras mayores o
menores no impone un límite, es solo el estado actual de su conocimiento.
Esferas de capas concéntricas, es la conformación presente desde la célula
hasta el globo terráqueo. Los humanos siempre buscamos nichos dónde establecer
habitáculos. En este planeta habitamos la bóveda formada entre la corteza
terrestre y la capa de la atmósfera más próxima a nosotros, es fácil deducir
entonces la naturaleza intersticial humana.
La sangre
derramada, si es absorbida por la tierra, la alimenta y fortifica, la hace
prolífica para el cultivo. Pero si es en el agua disuelta, además de debilitar
sus propiedades intrínsecas, se esparce descuidadamente por el globo entero. El
flujo de las aguas es una red que conecta ríos y mares, y en su ciclo continuo
y eterno conecta también con la bóveda celeste al evaporarse y nutrir las
nubes. Sería fácil ignorar el riesgo de tal flujo, alegando su carácter natural
y obligatorio, pero debe tenerse en cuenta que existe un orden más sutil, que
conjuntamente con los físicos ciclos naturales trabaja para mantener el
equilibrio de toda la existencia.
Que los ríos
fluyen, los mares azotan y los seres mueren para alimentar la tierra de donde
nacerán sus hijos es un hecho; pero, qué decir de la información, de los
rumores que, aunque fluyen también en un ciclo natural y orgánico, describen un
curso más complejo; nunca se repiten, pues aunque puedan describir un ciclo
completo y volver al mismo punto, este ya no será el mismo lugar, ya que en su
tránsito el rumor modifica la esencia del lugar transitado, e incluso el
mismo rumor se modifica en su curso pues su naturaleza es siempre cambiante.
Por esto debe
dirigirse y curarse el curso que estas informaciones describan. ¿Qué sería de
la humanidad si el crimen de un noble hombre no fuera olvidado? o por lo menos
resguardado, y llegara a oídos de los dioses una narración alterna de los
acontecimientos en la que el noble hombre no cede su vida orgulloso ante el
asesino, sino que suplica y pide a los dioses por su vida como no lo hace ni el
más vil de los animales. Esto acarrearía la muerte de la humanidad entera (como
ha ocurrido ya en sucesivas ocasiones), pues ningún dios quiere conservar la vida
de una humanidad ya vencida, abnegada a sus designios, suplicante y arrastrada.
Lo que nos
mantiene vivos es nuestra insurrección, nuestras recaídas y blasfemias, nuestro
carácter veleidoso e inconstante. Si nuestros dioses nos saben convencidos y
piadosos, esto los hace innecesarios, y ante su inminente destrucción nos
prefieren destruidos a nosotros que también nos hemos hecho innecesarios.
En momentos
claves del devenir cósmico se presenta a alguno de los hombres una información
que debe cuidar, corregir su curso, o guardar eternamente (la mejor forma de
guardar es olvidar). Si esta información cae en un medio equivocado y fluye en
un curso peligroso que llega a boca y oídos de quien no debe, las consecuencias
seguro serán terribles. Un ejemplo clásico es el chisme y sus fatales
desenlaces.
Cuando el
equilibrio de la información es alterado debe resarcirse por medio de un ritual
que invoca lo femenino. Deben abordarse rutas descendentes que conducen a
cuevas, intersticios o grutas; estimular un poco las entrañas de la tierra y
encontrar allí, entre sus pliegues, el altar a la restauradora deidad femenina.
Se le ofrece en tributo un feto contenido en alcohol, la deidad complacida
beberá el licor de esencia infantil sazonado, haciéndose veleidosa, antojadiza
y ligera, esto la pone en condición y facilita la obtención de sus favores. Sin
embargo, dejar las cosas a este punto sería torpe y arriesgado, es arma de
doble filo, pues la diosa al no complacer sus antojos se hace furiosa y
destructiva, no responsable de sus actos. Por eso la ofrenda debe ser completa,
pues el licor estimulante aguza también sus ansias, se le antojara un bocado y
deliciosa tragará al infante; entonces, estimulada y satisfecha, se regulan las
funciones todas del universo y el orden prosigue.
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