22 de mayo de 2012

LARGA DISTANCIA / Eduardo Embry, desde Inglaterra


Centenario del hundimiento del Titanic






“ Les podría gritar, les grito: "Pero nadie sabe/ en qué acabará el mundo; ¿no es maravilloso?"(…)
.¿Y de dónde provienen aquellas miles y decenas de miles de maletas empapadas,/
flotando a la deriva, sobre las aguas?/(…) “
Hans Magnus Enzensberger









Desde la bóveda oscura
del universo donde estaba prisionero,
soñé que Chile entero
era un gran barco
de cuatro chimeneas
que jamás sería hundido;
y soñaba que salía del puerto
repleto de pasajeros, que bailábamos
y cantábamos, todos encadenados,
porque nunca seríamos vencido;
el muelle estaba repleto
de buena gente, gente
recontra buena
que desde
la orilla nos veía, que poco a poco,
nos alejábamos del litoral, y los músicos
en la cubierta
de este inmenso trasatlántico
no cesaban de tocar sus violines,
era lindo ver cómo se bailaba
polkas y valses antiguos,
las muchachas ricas
lucían sus joyas y vestidos transparentes;
la gente sencilla como yo, como tú,
las veía brincar
como pájaros de patas largas,
de aquí para allá;
en este barco
nadie tenía miedo al mar,
porque este era un barco
que jamás sería hundido;
así se decía en nuestras canciones;
cada uno de los aceros
unidos con tuercas enormes,
eran difíciles de romper;
soñaba que este barco
iba a toda velocidad,
que iba de cabeza
a estrellarse contra aquel témpano maldito;
era como defender la plaza de Rancagua
en tiempos de la independencia;
pues así son los sueños
que a veces soñamos,
todos sabemos que nos íbamos
a estrellar; era como volver
un siglo atrás y ver
la Esmeralda, aquel barquito de madera
que espera
al gran acorazado en Iquique;
pero nadie
movía un dedo
para que el barco en que navegábamos
no se rompiera en mil pedazos;
cuando los oficiales de guardia
gritaron: cuidado, que vamos
de cabeza contra un témpano maldito;
el que manejaba el timón,
al ver la impresionante roca de hielo;
equivocadamente giró a la derecha,
fue tremenda la frisadura;
el agua comenzó a entrar a chorro
en las bodegas; los tripulantes
se ahogaban, los que manejaban
las calderas
se quemaban vivo con el vapor;
y los pasajeros de primera
y segunda clase,
que sabían donde estaban
los botes de salvavidas,
gritaron todos a la vez:
“sálvese quien pueda”,
unos subían por los muros,
otros trepaban las rejas y saltaban,
de un país pasaban a otro país;
nadie quería hundirse
en las heladas aguas del Atlántico;
los barcos que estaban
más a la mano para salir en auxilio
de aquellos que se ahogaban,
decían riéndose a carcajadas
“miren como celebran la fiesta
de ese barco que nunca jamás
será hundido”, y nadie salió
en su auxilio, en una noche plácida
y sin olas, el Titanic,
con todas sus luces encendidas,
poco a poco, partido en dos mil pedazos,
se hundía en medio del océano;
cientos y cientos, fueron
los desaparecidos;
los cuerpos helados
como témpanos, quedaron
dispersos en el mar;
muchos murieron de golpe
cuando se tiraban
de las altas torres, y los pocos
que sobrevivimos,
después de cien años
de aquella tragedia del mar, todavía
cantamos las canciones
de aquel barco maravilloso
que jamás será hundido. 




Eduardo Embry
Southampont, Inglaterra


2 comentarios:

Eduardo Embry dijo...

Querida Amanda, como siempre, eres tan cariñosa conmigo, salió la Mancha, como siempre, muy bien; cada vez mejor, con esmero y delicadeza. Que los dioses sigan bendiciendo tu obra, y así también tu poesía. Cuánta frustración siento por no estar con ustedes.
Un abrazo.

Eduardo Embry, desde Inglaterra.

Anónimo dijo...

Desde Vigilias hasta Arte de Marear tiene este poeta que ha sostenido el oficio con desparpajo.
Su desnudamiento del verso le ha permitido procrear, hacer nacer un enmascaramiento que suele ir con un discurso desenfadado que nos muestra a un Embry clereciástico y coloquial como Parra.
Ema Jard B.