2 de julio de 2012

NARRATIVA / Marcela Royo Lira


                                        
            CITA EN EL MUSEO         



Sucedió un lunes de lluvia y mucho frío. Las salas del Museo de Bellas Artes estaban vacías. Todo era silencio y quietud. Ella, abandonando la incómoda posición, quiso recorrerlo y conocer las novedades que el día anterior llenó las salas de gente que elogiaba al pintor chileno,  radicado en el extranjero. 
            Mientras caminaba, tuvo la sensación de no hacerlo sola, inquieta,  miró a su alrededor y cuando descubrió al  inofensivo muchacho sonrió con alivio. Su expresión triste la conmovió.  Él, absorto en los cuadros expuestos en las paredes no dio señales de verla. De vez en cuando, se detenía largo rato en una pintura, se acercaba, retrocedía, lo miraba desde distintos ángulos.
            

          Subieron y bajaron el segundo piso, entraron y salieron de las diferentes salas, incluso visitaron el subterráneo.  Sin hablarse.
            Horas después, ella se dirigió al Parque Forestal. Quería sentir la lluvia en su cuerpo. Él caminó hacia el río Mapocho.  Un grupo de estudiantes se cruzó con la mujer.  Asombrados del  aspecto rígido y su blancura se quedaron mirándola perderse bajo los árboles. Luego, se alejaron riendo en dirección a la Plaza Baquedano.
            Al  siguiente  lunes se encontraron otra vez en el hall de entrada. Y volvieron a recorrer juntos las salas. Durante casi un mes se dieron cita. Sin hablarse y en las horas en que no había público.

            Un día el joven no se presentó. En vano ella lo esperó detrás de la puerta principal. Decidió caminar sola.  Había oído de las novedades de otro chileno en el subterráneo.  “Son pinturas difíciles de entender para la mayoría”,  escuchó decir.  Subió al segundo piso, en la esperanza  de verlo.
            Un grito rompió el silencio.
El muchacho, su compañero de aventura, se hallaba en  uno de los cuadros  de Claudio Bravo. Era  “El Sirviente”. Con la expresión de congoja que tanto conmueve.
            Apesadumbrada, arrastrando los pies, regresó a su estática posición.
            Era el  “Eco”, de Rebeca Matte.
                                                                                                
 
            EL IMPERMEABLE



Entonces, diste un paso de baile en mitad de la sala para disimular tu enojo y miraste a los niños que te observaban en silencio. Buscabas, quizás, la complicidad de sus risas, pero ninguno se rió. Desviaste la mirada y tus labios temblaron en esa milésima de segundo que no olvido,  te agachaste y cogiste la maleta con tu ropa. Luego, te dirigiste a la puerta y la abriste de par en par.  Aún allí, en el umbral, titubeaste unos minutos hasta que el silencio detrás tuyo te hizo cerrarla sin un ruido. Oí tus pasos en la vereda, en esa característica tuya de pisar fuerte con los talones, recuerdo que pensé que los oía por última vez.


 
Sé que pude llamarte, decir como excusa que habías olvidado el impermeable doblado sobre una silla, pero no lo hice. Me quedé sin moverme largo rato hasta que fui a la cocina y preparé la comida para los niños,  que se habían retirado a sus habitaciones y simulaban hacer las tareas. Los escuché hablarse en tono muy bajo, como si sus risas y voces habituales se hubiesen retirado a llorar por los rincones.
Y ese  quehacer de madre  hizo que olvidara el impermeable. Cuando lo volví a ver, meses más tarde, estaba en el closet entre la ropa de verano de José Guillermo, el hijo al que le hiciste falta, nunca faltó de hacerte un dibujo para el día del padre y para las navidades (los hallaría tiempo después).
            Entonces, me pregunto hoy, después de treinta años. ¿Qué pretendes al venir a vernos? ¿Qué te devolvamos el impermeable?



 Marcela Royo Lira



Marcela Royo Lira, nací el 15 de enero de 1945, en Santiago, ex-alumna del liceo Manuel de Salas, desde niña tuve inquietudes literarias, colaboré en la revista del colegio, secretaria de gerencia en Watts’ y Cía, he participado en varios talleres literarios, pequeños reconocimientos guardo en el cajón de mi escritorio. Hoy, adulto mayor, soy creadora de historias con magia, imán de recuerdos,trajinante de la memoria. En el año 2011 obtuve una beca de creación literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, gracias a lo cual publiqué “Cuentos por Diversión”. Y al financiamiento del Senama, en 2011, “Tardes de Embrujo”, cuentos.

2 comentarios:

Gino Ginoris dijo...

Le doy, a través de ustedes una bienvenida a la narrativa de Marcela, gracias por hacernos más amplio el abanico de nuestras lecturas.
El primer cuento lo disfruté mucho.
Abrazo.
Gino.

Anónimo dijo...

Megustó los cuentos de Marcela Royo. Me gusta como atrapa el tema a los lectores. Me gutaría escribir como ella.

Rambito