11 de enero de 2009

NARRATIVA / Cuento ganador en FUCOA, Amanda Espejo







CABOS DE CUERDA



No hay nada que hacer. Si parece como de cuento... o película, de esas que no son de aquí, donde los niños juegan felices haciendo monos blancos y tirándose en trineo. Se ve lindo - no lo puedo negar - cuando recién me levanto y miro por la ventana.

Hace unos días no más cuando nevó por primera vez, también me sentí como un niño. Algo. No es malo - me consolé - volver a sentir hinchado el pecho por el aire fresco y el cuerpo liviano. Luego, cuando esto se repitió incansablemente por varios días, ya no me gustó tanto. Tampoco le gustó a los cabritos ni al ternero de la única vaca que parió este año. Menos al sembrado, que quedó sepultado bajo el medio metro de espuma blanca, fría, tan fría.

Yo, lo reconozco, nunca he sido un atarantado. Cuando pasan los percances que en la vida tienen que pasar, yo me relajo primero; un cerebro en calma piensa más que dos. Total - pensé - la vida es así. Los dos cabos de una cuerda siempre van unidos. Así tal cual como esto que tengo frente a mis ojos: si parece un milagro del cielo, y al mismo tiempo, una maldición. El de arriba - me repetí - tiene que ser un tipo chancero. Un verdadero bromista. Si no, no se explican sus jugadas ni menos, sus intenciones. ¡Mire que mandar tanto frío en el momento menos adecuado, con las crías tan chicas y el campo sin cosechar!

Bueno, como lo dije antes, yo por mí, no me complico mucho. Por los demás si. Pensé en la Olga - lo reconozco -, y no es que se lo merezca, pero, mal que mal, veintisiete años de matrimonio no se olvidan así como así. Comencé a pensar en ella a medida que se doblaban las patas de los cabritos y quedaban así, como desarticulados en el suelo blanco. El frío siempre ataca por los pies, y la Olga lo sabía bien: no soportaba que la tocara con mis pies fríos. Me hacía esperar el rato que fuera, pero, nada de arrumacos con las patas heladas. Es que era tan friolenta... Al principio, eso me encantaba de ella, esa manera que tenía de arrimarse a mí buscando mi calorcito, enrrolladita ella, caracolito ella, hecha un ovillo de leche y miel. Así era la bella en los años de bonanza. Luego, con el pasar del tiempo, las cosas cambiaron. Parece que se fue poniendo cada más caliente y yo más frío. Primero fueron mis pies los que le molestaron; me los corría a patada limpia. Después fueron las manos, qué tan ásperas, que tan frías, y que córrete para tu lado y que tanto que te quejas y que bájate luego y que siempre es lo mismo y que me canso, quieres ¿yaaaaa?

Como sea, yo quise mucho a la Olga, tanto, que hice cosas por ella que, ya estoy viendo, me van a complicar un poco. Si no digo yo... las cosas siempre tienen de lado y lado. Esta misma blancura de postal tiene su lado negro. Ya anunciaron del poblado que van a mandar ayuda, alimentos, forraje, techumbre, qué sé yo. Cuando sea, seguramente voy a tener que abrir el cuarto de guarda, entonces, los tres o cuatro cristianos que vengan no van a entender ninguna de las dos cosas. ¡Claro! Ellos nunca tuvieron que escuchar a la Olga año y medio atrás, cuando le dio por irse de un rato para otro sin que le importase nada: ni la lluvia torrencial que caía esa noche, ni el barrial que anegaba el camino lado a lado ni menos, menos que nada, el blandengue que habla: yo.

Yo, como lo dije antes, soy un tipo calmado, pero, nada de atontado. Ya me había dado cuenta de las vueltas sin asunto que últimamente, le hacía la camioneta del Payo Zenteno al deslinde del camino, justo al lado de mi quincha vieja. Por eso, me quedé callado un rato mientras ella gritaba como loca y esperé, pensando que era bueno que se desahogara. Después le hable... suave, quedito, le dije que si no se acordaba que cuando nos bendijeron era para toda la vida... Ella se echó a reír, me dijo que de qué vida le hablaba, y que a mi lado, ella estaba ya como muerta.

Justo allí, ¡lo que son las cosas!, me dio por pensar en los cabos de la cuerda y en que, ¡claro!, en donde existe vida , al otro extremo, tiene que haber también muerte, y entonces, tranquilo, caminé hasta la puerta del cuarto donde colgaba el lazo y con uno de sus extremos envolví el cuello largo y altivo de la Olga hasta que se quebró como gavilla bajo mis botas

Era hermosa la Olga viva. También fue linda en la muerte. Por eso, no pude deshacerme de ella. Mas bien, lo encontré inconsecuente, ya que hasta el último momento le pedí que no se fuera. Fue allí que decidí conservarla en el cuarto de guarda, detrás de los costales que ahora, con la crudeza de este invierno están vacíos. Sería inútil pensar que ellos - los que vengan - no la van a ver: tonteras mías, siempre atento con ella... no quise que la hondura de la tierra le calara los huesos... Era tan friolenta, que pensé en dejarla casi a ras de tierra. Lo que está abajo también debe estar arriba. Así quedó: una ligera forma casi insinuada y cubierta por una manta, su manta tejida de lana, necesaria para entibiar la larga noche que le aguarda.

A veces, pienso que hasta el tiempo debe estar atado a una cuerda, y que por eso, el pasado siempre va a ser parte del presente y de lo que vendrá. Si no hubiera sido por esta nieve intrusa y a destiempo, mi soledad se hubiera seguido consumiendo de a poco, tranquilo, guardando el sueño de la Olga día a día sin hacer ningún alarde. Ahora, con toda esta alharaca que se ha formado, no va a faltar el intruso que dé con ella y ¡qué va!, nunca lo van a entender; la van a arrancar de allí y la van a llevar no sé donde, pero lejos de mí, y entonces, ¡pobre de ella!, ya no va a tener a nadie que le cubra los pies.





Amanda Espejo




Cuento ganador primer lugar a nivel regional, Concurso FUCOA.
DICIEMBRE 2008

Fotografía: portada libro antología del concurso.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Te felicito Amanda, es un premio bien ganado, producto de la constancia de su arte, un abrazo apretao, afectuosamente.


José Chavez P.

Anónimo dijo...

Amanda, quiero decirle que me gusta mucho como usted escribe, siempre me deleito con su narrativa, es como dominada, continua y virtuosa. Leí el comentario que me dejó en Estulticia y tiene toda la razón. Mi texto que relaciona el cuerpo con los alimentos es Igual al estilo de Cecilia Vicuña, sobre todo en Retrato fisico..tiene razón, adelantada a su epoca ella y aún casi no reconocida. Ese texto me salió una tarde de invierno en que quise jugar con las palabras y resultó eso.
Le envio mi dirección de correo para que me escriba si gusta:
antonellacuevas@vtr.net
gracias y un abrazo
antonella

Anónimo dijo...

Amanda: Hoy, un poco más tranquilo, me he dedicado a revisar el blog y encontré este "CABO DE CUERDAS". Con razón fue premiado. Es un cuento muy bien logrado. ¡¡Te felicito!!.
Agustín.