7 de septiembre de 2008

COMENTARIO CINE / Bernardo Astudillo

Clase B:
Pura pasión.



Lejos de la faramalla publicitaria de las grandes producciones, la clase B subsiste a base de esfuerzo y pasión. Sin sus aportes no habría cine independiente, ni un Tarantino, un Scorsese o un Cronenberg. La clase B es la piedra angular del cine masivo de bajo presupuesto, con tramas fáciles que tienen un solo objetivo: entretener. Su origen se remonta a los años cuarenta cuando los estudios debían rellenar los intermedios, entre matiné y vermú, generalmente con “series”, es decir, películas en capítulo con un archiconocido “continuará”, dejando en ascuas al espectador. El plato fuerte era, por supuesto, la película de gran presupuesto (sobre el millón de dólares en esa época) y con actores renombrados. La clase B era simplemente el relleno. Pero con el correr del tiempo se convirtió en género, o subgénero si se prefiere, centrándose básicamente en el terror, la ciencia ficción o el cine negro (el film noir).

La Universal tenía a su haber joyitas como Drácula, de Tod Browning, o el Jorobado de Notre Dame, con el “hombre de los mil rostros”, Lon Chaney; la Fox tenía Casablanca; la Organización Rank las series de Edgar Wallace; la RKO a King Kong. Muchas de estas cintas tienen la virtud de haber sobrevivido a la pátina del tiempo y se encuentran en las listas del cine clásico o cult. Muchas películas de clase B son actualmente consideradas cult movies, sobre todo las nacidas en los estudios de la Hammer Films, de Londres, en los años cincuenta. Enriquecieron la producción las versiones de Drácula, Frankenstein o el Hombre Lobo; se dio a conocer al maléfico Fu Man Chu, cuyo protagonista, Christopher Lee, ya se consideraba un icono del género, o al Mad Doctor, personaje clásico encarnado por Peter Cushing. Había para todos y para todos los gustos.

El desastre nuclear desencadenó la invasión de seres gigantes, de extraterrestres o mutaciones debidas al contacto radioactivo. No era de extrañar que enormes arañas de dos metros invadieran la pantalla o que una mujer de cincuenta pies de altura hiciera de las suyas. Poco presupuesto pero mucho ingenio parecía ser la tónica. La falta de medios no era excusa para que los productores se dejaran estar. Con muy poco se hacía mucho. Los decorados jugaban un papel importante; las maquetas de cartón, los efectos especiales básicos y primitivos, se reinventaban. Había que gastar poco para que el estudio ganara y se hicieran más producciones. Y se hacían muchas, cientos y miles, a destajo. ¿Cómo? Con algo que sobra a los que tienen poco, y algo que falta a los que tienen mucho: pasión. La clave no era más que eso: sólo pasión. Sin ella no hay clase B, ni cine independiente ni cine de autor. Sin pasión el cine sólo sería un muestrario de imágenes sin sentido de las cuales sería absurdo ver y hablar.


Bernardo Astudillo

Grupo LA MANCHA


Publicado en La mancha número once.

2 comentarios:

lichazul dijo...

me creerían que hace como catorce años que no entro a un cine???

pero es verdad

me he perdido muuuuuuuuuucho
wuaaaa:-)

Anónimo dijo...

Leí tu trabajo y como no soy cinéfilo, por ti estoy conociendo algo del séptimo arte.
¡Felicitaciones!
Saludos.

Agustín