13 de abril de 2008

COMENTARIO LITERATURA / Bernardo Astudillo

LA NOCHE DE LOS MONSTRUOS

La literatura de todos los tiempos se ha nutrido plenamente de engendros de todas las especies. Mirado desde ese punto de vista, la mayoría de los personajes creados son engendros, seres imaginarios que toman una buena parte de sus creadores, superando a veces a estos mismos. El caso de Don quijote, por ejemplo, ¿no es más real que el propio Cervantes? ¿O Sherlock Holmes más que Conan Doyle? ¿O Drácula más que Stocker?
Si uno tiende a recordar más a la criatura ficticia que al creador, debe entenderse que el objetivo se cumple a cabalidad. Si el don Juan de Tirso es más real que el propio Tirso, ¿dónde queda el creador? ¿Ha de entenderse que, como dijo Unamuno, los seres imaginarios se sirven de los reales para hacerse conocidos en el mundo? Vaya uno a saber. El caso de Mary Shelley – Wolstonecraf, de soltera – merece un serio detenimiento. En una época donde la mujer estaba supedita al servicio doméstico y no al noble ejercicio de las letras, el caso de Mary Shelley es extraordinario.
Con muy contadas excepciones, las mujeres no hacían literatura y menos de terror fantástico. A lo más, dramones, poemas, novelas costumbristas que, siempre bajo seudónimos, lograban poner en el mercado varonil de los libros. Ha de entenderse que Mary Shelley no era escritora, sino más bien comparsa en un mundo de literatos donde las imágenes de Lord Byron y su esposo, Percy Shelley, ondeaban en el viento romántico de principios de siglo XIX.
Cierta noche, obligados a la reclusión gracias a las tormentas que azotaban al Lago Ginebra, en un ligar palaciego llamado Villa Diodati, se reúnen los amigos para narrar historias de fantasmas y aparecidos - tan en boga en la tradición germana - mientras matan el tiempo. Alguien propone escribir cada uno por su lado, historias escalofriantes. En el grupo se encuentra Lord Byron, el gran poeta inglés, hermoso, disoluto, romántico a ultranza;su secretario, John Polidori, padre de los vampiros literarios; Percy Shelley y su esposa Mary. Los monstruos románticos comienzan las apuestas.
Una vez disipada la tormenta, los amigos retoman sus vacaciones y, cada uno por su lado, van hacia su destino: Shelley muere ahogado, a los treinta y tantos años en un lago de Italia; Byron cae a los treinta y tres años en la playa de Misolonghi, en defensa de la independencia griega; Polidori se suicida de un balazo. Pero Mary shelley termina su historia: un engendro que, como ella, quiere arrebatarle a los dioses el fuego de la vida, un ser indestructible que, gracias a la magia de la ciencia, surge a la vida a través de la muerte: Frankenstein o el Nuevo Prometeo.
Si bien es cierto que John Polidori publica su novela Vampyr, antes que Mary Shelley conluya su Frankenstein, anticipandose a la Carmilla de le Fanu, o al Drácula de Stoker, no es menos cierto que, de aquella noche de monstruos sólo aquél memorable engendro compuesto de cadáveres ha sobrevivido a través del tiempo, asegurando a su autora una inmortalidad que no la da la ciencia, sino, las artes.

Bernardo Astudillo
Grupo La Mancha

Publicado en La Mancha número ocho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gran comentario, parece ser que las historias reales nuevamente como en este caso, superan las inventadas. Un saludote a todos los Manchados.