27 de marzo de 2016

NARRATIVA / "El mejor ángulo", de Elena de Latorre





EL MEJOR ÁNGULO

                       

     En sus autos deportivos podría llegar al orgasmo corriendo a 290 o poco más Kl. por hora. La velocidad era el placer que lo llevaba al límite de la adrenalina. Era uno de los más destacados cazas noticias; lo llevaba en la sangre. Su padre también fue fotógrafo, y de los mejores. Desde niño lo entrenó para buscar el mejor ángulo de la fotografía, aquella que, sin duda, podría proporcionarle fama y riqueza.

Esta vez la ruta asfáltica, resbaladiza, se adentraba en un tupido bosque de gigantescos chopos. Al tomar la curva la vio: estaba con la mitad del cuerpo colgando fuera de la puerta de su coche incrustado en un árbol, convertido en un montón de chatarra. Se acercó con su cámara tomando fotografías de diferentes ángulos y mientras ella murmuraba:

─Auxilio, auxilio, me estoy desangrando.

Sin inmutarse él buscaba el mejor ángulo. ─Este con el rostro ensangrentado, se ve más impactante que la poza de sangre en el suelo─ reflexionó. Hizo funcionar el flash ─ ¡Perfecto!─ Las vendería en una millonada de dólares, libras o euros. ─ ¡Un acierto!─ con calma hizo funcionar su cámara una docena de veces. Cuando volvía a su coche tomó el celular para avisarles a las autoridades del accidente.

Por los medios de comunicación supo que los médicos habían declarado que sólo les faltó cinco minutos para salvarla.

Pasaron los años. Él, con demasiado dinero, se permitía una vida dispendiosa. Tenía seis autos veloces. Esa tarde fue a ver el nuevo Ferrari.

─Logra entre 180 a 220 kl. en diez segundos; velocidad crucero, 300 Kl. x hora─, dijo el vendedor. Además, su dirección es tan liviana que puede conducirlo con un dedo. Tenga cuidado si lo prueba en la campiña, hay lomajes de apariencia suave; este auto es resbaladizo...

─ ¡No se preocupe! Sé lo que hago, tengo seis, no tan veloces, pero a este puedo dominarlo.

Tomó la recta por la campiña, veloz, cortando el viento, subió por la montaña a 220 kl. por hora. ¡Qué maravilla!, gritó. La curva se le vino encima, el guantazo al volante y el rechinar de las ruedas…Cuando tomó conocimiento, estaba con medio cuerpo colgando afuera, entre un montón de latas retorcidas. Entonces vio el flash que lo cegaba…

─Auxilio, auxilio, me estoy desangrando…

No obstante sus gritos y quejidos no compadecieron ningún oído, era sorda la insistente luz que lo recorría. De inmediato supo que el fotógrafo lo dejaría morir buscando el mejor ángulo.



Elena de Latorre

Agosto - 2008

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