M/15/JULIO/2003/+ROBERTO
Pablo Delgado U.
Escribiendo con
un pie en la tumba, Roberto pasaba celebrando la vida como pájaro raro. Con su
apariencia enjuta y su abrigo negro se esfumó como el último de los malditos.
Rebelde, pasado a tabaco y con algunas copas en el cuerpo irrumpió en los laberintos
de lecturas y de su propio laberinto. Su cotidianidad con el cigarrillo se volvió
humo y espuma antes de su muerte. Pasó por esta vida encontrando el amor y la
bilis de sus mundos. Callejero, fue un espantapájaros para la perime de los
escritores.
Bueno para las
manzanas, rondó la pulpa y las pepas que lo llevaron por el mundo. México,
París, España buscando un café con leche, sueños y pesadillas. Escribir. Escribir
venas y arterias de vida. Cargado de ironía buscó la noche que buscan todos los
novelistas entre el fracaso y el olvido. En arrugados
y mojados libros incursionó la manía sangrante de sus escritos que parcelaron
su poética y le dieron rímel a sus cuentos y novelas. La sangría de sus páginas
camina sola por la vera y lo tenaz de su talento es un escrutinio para quienes aún
lo tienen entre ceja y ceja buceando sus crónicas y poemas.
Culto, en su
cielo viajó buscando nocturno de Chile, a Morel en su invención. Fue un salvaje
leyendo, acariciando libros, páginas, vertebras de lomos y tomos de otros
Borges que en su ceguera concitó su mundo fogueado y certero en la orilla del malevo.
Su bosque no sólo
se construyó de araucarias y pinos insignes. Crujen también los álamos y los
trucos sauces que lloran la derrota de la mejor forma posible. El éxtasis que
lo quema lo vuelve a los desiertos de Sonora, a los detectives salvajes
buscando el amuleto y aquella chica del saludo opaco.
Roberto, de vez
en cuando vuelve a Blanes, incursiona en la pared verde de su librería encantada,
se pasea – según dicen también - de vez
en cuando se ve su sombra por Quilpué, entre San Martín y Freire o Baquedano,
entre callejas y muros de adobe que se incineran en recuerdos de infancia; entre
viñedos y líneas del tren que cruzan trucando las lomas de sus primeras
historias, en esa ciudad que se cae al mar tarde o temprano. Ahí la literatura
ha dejado su gesta y lo deja lleno de lectores bajo su estrella distante. Con
sus convicciones avanza sopesando el frío y su figura reproduce hechos que
reflejan la verba de sus sueños a desparpajo. Pan dulce, una cajetilla, una
agenda, un bolígrafo, papel para escribir. Abierto como en una cruz de Cristo
Roberto, escribió como loco, escribió ironías en la costa brava, escribió para
enviar fotocopias a las editoriales, escribió para obtener menciones y premios
en las calles heladas envuelto en su saco de dormir, en el paseo para dormitar
la tarde antes de encontrar su mito en los pueblos fantasmas cogido a pesadillas
y demonios, allí escribe desde su tumba.
Lo que supo, fue
escribir y observar para degustar una manzanilla con churros. Su literatura se
sostiene de fuego y cruce de voces que trizan las cenizas y el hielo que tiene
cualquier corazón helado. Su tumba está entre una novelita lumpen y sus
llamadas telefónicas, o en cualquier esquina del oficio más miserable que para
él, no fue nada de extraño.
Pablo Delgado U.
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