EL INSPECTOR CURIOSO
Aníbal
Anteros, ingresó a la oficina destinada a los interrogatorios con la carpeta de
color rojo en la mano derecha, en ella, los informes fotográficos, planimétrico
y el del perito del Instituto Médico Legal. Llamó su atención que el asesinato
fue cometido por envenenamiento, fosforismo.
Mientras,
la dama a quién debe entrevistar, permanece sentada frente al escritorio. En la cubierta del mueble, un paquete de
cigarrillos cubriendo el llavero con dos llaves de chapas, las argollas que
unen al pequeño minino blanco de orejas y ojos negros, y la torre Eiffel; de
color rosado fuerte. Además de la luz de seguridad en una caja gris de forma rectangular (de unos
4 centímetros por lado).
Observó detenidamente a la mujer de contextura maciza, caucásica, de
rostro adusto, pelo castaño sujeto con un cole morado. En su mano izquierda una
gran sortija engarzada con una piedra negra y en la mano derecha el anillo de plata
fina con un formidable rubí rojo. Sin duda conocedora del valor de las joyas. A
falta de alianza de matrimonio presumió
el estado civil de soltera o sin compromiso amoroso alguno. Su edad
sobre los cuarenta – nunca fue bueno para estimar las edades de las personas
-.Estatura aproximada a 1 metro 60 centímetros, muy aproximada, ella está
sentada.
Aparentando una frialdad ante el portador de
la casaca PDI. Segura de sí misma,
quizás si el hecho de permanecer sentada, le permitía seguridad y dominio de la
situación que se enfrentaba. Con la mirada baja puesta en un punto invisible, la
fémina aguarda las preguntas del policía. Anteros rompió el tenso silencio.
-
Su
nombre, estado civil, profesión, parentesco o relación que la unía al señor
Sebastián Englart, a quién usted encontró envenenado en la biblioteca de la casa del occiso.
-
Elena
Videla Gusinde, de profesión profesora de lenguaje, analista de sistemas
computacionales y secretaria privada de don Sebastián… Y, lamentablemente
encontré al señor sin vida. Más tarde por otro policía supe que fue envenenado- respondió con seguridad.
-
Hemos
descubierto que el móvil fue el robo. Una valiosa joya, avalada en 50.000
dólares. Es un diamante de 45,4 quilates .Conocido entre los joyeros como el
Ojo del Búho y certificado por la A.G.S. En su pureza detectaron no más de dos
inclusiones... Usted y al igual que la enfermera, la hermana del fallecido
fueron rigurosamente revisadas por una mujer policía. Las tres fueron sometidas
a radiografías al estómago y al recto, no encontrándose evidencia alguna. La
PDI agradece la valiosa cooperación. Huellas dactilares encontradas por
doquier, salvo el vaso en que suministraron el fósforo, intentando hacer creer
que el enflaquecimiento, anemia, astenia, ictericia y albuminuria eran propias
de la edad y enfermedad del señor Englart -asintió, el inspector.
De
nuevo el tenso silencio, la extensión de la palabra como la denomina el
investigador. Gira hacia la puerta y le indica al guardia que traiga dos sillas
más. Al detective Alegría, que concurra
con las otras dos sospechosas a la sala de interrogatorio. Proceso
interrogativo inusual, por cierto. Anteros recordó una vez más a su escritora
favorita Rosa Montero en el libro de cuentos “Amantes y enemigos”. Su memoria
es frágil en ese momento y decía “A los
hombres les gusta matar con grandes exhibiciones de violencia, y así
estrangulan, apalean, descoyuntan, y degüellan, utilizan los terribles hierros
penetrantes. Un siquiatra diría que esgrimen el signo fálico. En cambio las
mujeres son envenenadoras. Los hombres matan desde afuera. Las mujeres prefieren
la destrucción desde el interior. Desde la madrastra de Blanca Nieves a
Lucrecia Borgia utilizan el envenenamiento como gastronomía”.
Las tres mujeres sentadas frente al interrogador. Una fría como el
hielo, la enfermera intentando consolar a la hermana del difunto. El reloj de
pared anunciando largas horas de preguntas y respuestas, hasta que una de las
tres cometa algún error y se descubra. Quizás simular un aparato como detector
de mentiras. En ese momento ninguna estrategia acudía a la mente del policía.
Intentando unos segundos de distracción, se acercó a la luz de seguridad y
pulsó su centro para que le iluminara. Ésta permaneció apagada. La profesora un
tanto nerviosa la aprisionó entre sus manos y dirigiéndose al inspector.
-
No
tiene pilas, no he comprado pilas, como anuncian el fin del mundo con temblores
y terremotos, este 21 de diciembre, la ubicaré en el pasillo de mi casa.
El
policía, abrió el cajón del escritorio y extrajo varias pilas de diferentes
tamaños. Intentando abrir la caja de seguridad, dijo:
-
Siempre
mantengo pilas en mi escritorio. Así que alguna de éstas le servirán y ahorrará
comprarlas.
La sorpresa fue mayúscula, al interior de la
cajita de seguridad, brillaba con luz
propia el Ojo de Búho y una cápsula de fósforo.
El
detective Alegría ingresó a la sala de interrogatorios, sonriendo, muestra en
su mano enguantada tres pilas triple A con pequeñas partículas de veneno en sus
costados y encontradas en la cartera de
la secretaria. diciendo:
-
La
culpable es la señorita Elena Videla.
-
No
se preocupe Alegría. El Inspector Curioso resolvió el caso- dijo, irónico Aníbal
Anteros, guiñándole un ojo.
Mario
Cáceres Contreras.
1 comentario:
Gracias amigos Manchados por publicar un irónico cuento policial. A veces lo inesperado, lo circunstancial resuelve un gran problema.
Mario Cáceres
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