17 de abril de 2013

NARRATIVA / cuento de Mario Cáceres Contreras




EL INSPECTOR CURIOSO




     Aníbal Anteros, ingresó a la oficina destinada a los interrogatorios con la carpeta de color rojo en la mano derecha, en ella, los informes fotográficos, planimétrico y el del perito del Instituto Médico Legal. Llamó su atención que el asesinato fue cometido por envenenamiento, fosforismo.
     Mientras, la dama a quién debe entrevistar, permanece sentada frente al escritorio.  En la cubierta del mueble, un paquete de cigarrillos cubriendo el llavero con dos llaves de chapas, las argollas que unen al pequeño minino blanco de orejas y ojos negros, y la torre Eiffel; de color rosado fuerte. Además de la luz de seguridad  en una caja gris de forma rectangular (de unos 4 centímetros por lado).
   
Sin emitir palabra alguna, el inspector extrajo del resto de la documentación, la hoja en blanco en que debe anotar y destacar las preguntas y respuestas que le permitan encontrar pistas para descubrir al culpable del homicidio.
    Observó detenidamente a la mujer de contextura maciza, caucásica, de rostro adusto, pelo castaño sujeto con un cole morado. En su mano izquierda una gran sortija engarzada con una piedra negra y en la mano derecha el anillo de plata fina con un formidable rubí rojo. Sin duda conocedora del valor de las joyas. A falta de alianza de matrimonio presumió  el estado civil de soltera o sin compromiso amoroso alguno. Su edad sobre los cuarenta – nunca fue bueno para estimar las edades de las personas -.Estatura aproximada a 1 metro 60 centímetros, muy aproximada, ella está sentada.
     Aparentando una frialdad ante el portador de la casaca  PDI. Segura de sí misma, quizás si el hecho de permanecer sentada, le permitía seguridad y dominio de la situación que se enfrentaba. Con la mirada baja puesta en un punto invisible, la fémina aguarda las preguntas del policía. Anteros rompió el tenso silencio.

-       Su nombre, estado civil, profesión, parentesco o relación que la unía al señor Sebastián Englart, a quién usted encontró envenenado en la biblioteca  de la casa del occiso.

-       Elena Videla Gusinde, de profesión profesora de lenguaje, analista de sistemas computacionales y secretaria privada de don Sebastián… Y, lamentablemente encontré al señor sin vida. Más tarde por otro policía supe que fue envenenado- respondió con seguridad.

-       Hemos descubierto que el móvil fue el robo. Una valiosa joya, avalada en 50.000 dólares. Es un diamante de 45,4 quilates .Conocido entre los joyeros como el Ojo del Búho y certificado por la A.G.S. En su pureza detectaron no más de dos inclusiones... Usted y al igual que la enfermera, la hermana del fallecido fueron rigurosamente revisadas por una mujer policía. Las tres fueron sometidas a radiografías al estómago y al recto, no encontrándose evidencia alguna. La PDI agradece la valiosa cooperación. Huellas dactilares encontradas por doquier, salvo el vaso en que suministraron el fósforo, intentando hacer creer que el enflaquecimiento, anemia, astenia, ictericia y albuminuria eran propias de la edad y enfermedad del señor Englart -asintió, el inspector.






         De nuevo el tenso silencio, la extensión de la palabra como la denomina el investigador. Gira hacia la puerta y le indica al guardia que traiga dos sillas más. Al detective Alegría,  que concurra con las otras dos sospechosas a la sala de interrogatorio. Proceso interrogativo inusual, por cierto. Anteros recordó una vez más a su escritora favorita Rosa Montero en el libro de cuentos “Amantes y enemigos”. Su memoria es frágil en ese momento y decía  “A los hombres les gusta matar con grandes exhibiciones de violencia, y así estrangulan, apalean, descoyuntan, y degüellan, utilizan los terribles hierros penetrantes. Un siquiatra diría que esgrimen el signo fálico. En cambio las mujeres son envenenadoras. Los hombres matan desde afuera. Las mujeres prefieren la destrucción desde el interior. Desde la madrastra de Blanca Nieves a Lucrecia Borgia utilizan el envenenamiento como gastronomía”.
       Las tres mujeres sentadas frente al interrogador. Una fría como el hielo, la enfermera intentando consolar a la hermana del difunto. El reloj de pared anunciando largas horas de preguntas y respuestas, hasta que una de las tres cometa algún error y se descubra. Quizás simular un aparato como detector de mentiras. En ese momento ninguna estrategia acudía a la mente del policía. Intentando unos segundos de distracción, se acercó a la luz de seguridad y pulsó su centro para que le iluminara. Ésta permaneció apagada. La profesora un tanto nerviosa la aprisionó entre sus manos y dirigiéndose al inspector.

-       No tiene pilas, no he comprado pilas, como anuncian el fin del mundo con temblores y terremotos, este 21 de diciembre, la ubicaré en el pasillo de mi casa.
    
El policía, abrió el cajón del escritorio y extrajo varias pilas de diferentes tamaños. Intentando abrir la caja de seguridad, dijo:

-       Siempre mantengo pilas en mi escritorio. Así que alguna de éstas le servirán y ahorrará comprarlas.

La sorpresa fue mayúscula, al interior de la cajita  de seguridad, brillaba con luz propia el Ojo de Búho y una cápsula de fósforo.
  El detective Alegría ingresó a la sala de interrogatorios, sonriendo, muestra en su mano enguantada tres pilas triple A con pequeñas partículas de veneno en sus costados y  encontradas en la cartera de la secretaria. diciendo:

-       La culpable es la señorita Elena Videla.

-       No se preocupe Alegría. El Inspector Curioso resolvió el caso- dijo, irónico Aníbal Anteros, guiñándole un ojo.





Mario Cáceres Contreras.
   






1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias amigos Manchados por publicar un irónico cuento policial. A veces lo inesperado, lo circunstancial resuelve un gran problema.
Mario Cáceres