REVELACIÓN DEL FUEGO
Hay una relación crepitante entre
fuego y luz,
todo es ver y quemar,
encender y entender. Luz que ciega
desde una hoguera continua
para envolver en su rito la piel
de los transeúntes esparcidos
tras las brasas del artificio.
Filamentos y neones abren senderos,
crean calles, alzan torres, tienden
puentes
sobre las horas muertas
para conducir en constelados coches
la revelación.
Relámpagos en el centelleo del paisaje
que vibra y se conmueve
por la elocuente electricidad de los
anuncios.
Un horno llora lava,
afluente que baja danzando,
dispuesto a congelar en su abrazo
cuerpos, mosaicos y visiones.
Advertir
la exploración, dejar piedras o perlas, dientes.
Percibir
esos ensambles que desbordan
o
saturan palabras
hasta hasta
consumar
el cruce el cruce
Qué le vamos a hacer,
arrojamos los fuegos artificiales del
año dos mil
sobre el extenso puzzle,
y somos
tortuosamente circulares
meridianamente, paralelamente una mente.
Identidad
marcada con hierro al rojo sobre la piel
Soportar la condición
humana
con la carga contradictoria de una
naturaleza
que arrastra a la permanente caída a
tierra,
a lo subterráneo,
y unas alas que invitan a volar
y exigen altura
y resistencia al vértigo
y a dominar la tendencia al acarreo
incesante de lastre
e s
d e m
a s i
a d a
c o n t r a d i c c i ó n.
Disfraces
sobre disfraces y máscaras venecianas
sobre
metáforas emplumadas.
Hasta que un día, en tiempos muy
remotos
y en medio de la odisea,
divisó los primeros espejismos que
recubrían con celo,
el cuerpo resquebrajado de una noche
oculta entre cortinas y retazos
de una estrella épica que se negaba a
cantar.
La Atlántida,
con sus columnas sonámbulas
y plataformas móviles
llamaban a sumergirse
para navegar
hacia el mar que no es morir.
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"Ante el espejo", Lila Calderón, acrílico, 15 X 20 centímetros.
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EL ENCUENTRO MÍTICO
Bastarían
unas cuantas flores sobre el césped
unas
alas lo suficientemente fuertes
como
para trasladar a dos fantasmas por la vida
y
el beso que da cuerpo y despierta
aunque
estén cerradas todas las tiendas de disfraces.
Y
unas pocas estrellas que bailen
al
ritmo de los cuatro vientos
y
que vayan rodando por la noche
extendida
como un mantel
estampado
de misterios.
Y
palabras que dejen ecos rebotando
en
la piel del discreto amanecer.
Y
esos velos agitándose en las olas
de
un mar bravo como animal furioso
al
que montamos, mientras nos sostenemos
del
cometa rebelde que quiere derramar su luz
sobre
nosotros, hasta fundirse en el retrato
de
la primera explosión del deseo.
Bastaría
aquella música que traduce todos los idiomas
para
comunicarnos entre el silencio y el vacío
de
las horas que se mueren en cascada
y
ruedan por el tiempo sin destino.
¿Alcanzaste
a respirar
amor
antes
de que el mar borrara la playa?
¿alcanzaste
a beber las aguas cristalinas
de
la fuente de la memoria
antes
de verme desaparecer
entre
las algas?
¿Notaste
la fuerza del cometa
que
no quería soltarnos
antes
de perderse entre las nubes
rociadas
de sus tristes cenizas?
¿Has
visto cómo se desnudan esas horas antes de morir?
¿Las
has oído cantar junto al piano
con
voces tan altas que agitan
las
campanas de las iglesias
y
todas las flores de los jarrones
se
enlazan para llorar
juntas,
en la oscuridad de los museos?
Hay
un árbol abrazado de anillos milenarios,
y
un gigante mitológico que hace girar al mundo
para
que podamos encontrarnos allí,
aunque
nada tenga sentido
y
sepamos que vamos a morir
como
esas horas mudas, y las estrellas
y
las mariposas y los sueños que dejan de respirar
cuando
se hace tarde
para
cumplirlos.