26 de noviembre de 2013

NARRATIVA / Julio Díaz








VAMPIRO CAFEINOMANO





                                                     V


El hombre apareció en el dormitorio  completamente vestido de negro acercándose a la cama para susurrarle en el oído : me esperarás hasta la noche, tienes de todo aquí para no aburrirte, televisión, un refrigerador con comida y trago, sobre la cómoda hay cigarrillos. Le besó en el cuello y a ella le pareció que se alejaba flotando hasta la puerta, no fue capaz de pronunciar palabra. Solo sintió el ruido de la llave en la cerradura. Cuando reaccionó se encontró sola deseando que el hombre volviera a sus brazos .

No todo lo que brilla es oro. Por las noches brillan cosas oscuras arrastrándose por las calles mal iluminadas. Y también brillan los trajes negros de mujeres y hombres elegantes. Igual se destacan los taxis que lentamente se desplazan como escarabajos recogiendo a seres que sólo quieren escapar a la llegada de la claridad de la madrugada.
Uno de ellos hizo detener el taxi y se sumergió en el asiento trasero ordenándole al conductor que apagase la luz interior del vehículo.

Pese a ya ser mediodía la pieza permanecía a oscuras, con todas sus cortinas tapando las ventanas. La mujer no se había movido de la cama, atacada por la melancolía y la debilidad.

En la calle le conocían por el vampiro. La calle era el barrio, su barrio en los altos de Valparaíso con sus casas remodeladas y usadas como hoteles, restaurantes o simplemente locales comerciales. Su casa era una que había pertenecido a colonos ingleses, dos pisos, madera de calidad, mucha luz en pasillos pero, también llena de rincones oscuros. Le conocían como el vampiro pues siempre vestía de negro y salía a carretear al plan todas las noches. Su rostro era más pálido que el de un panadero. Las mujeres más antiguas de la calle contaban historias acerca de él y de las jóvenes que entraba a la casa y no volvían a ver jamás.

Suceden hechos inesperados, es decir, que aguardamos con ansias que exploten y nunca ocurren. Nunca digas nunca jamás.  Es así como las viejas del barrio inventaban y se imaginaban historias en las que metían al vampiro como el protagonista principal.

Entra, saca sin ruido las llaves de la pieza y abre la puerta.

La joven, ahora totalmente vestida de blanco transparente  yace en la cama y le sonríe.

El se acerca excitado y se extiende sobre su cuerpo, cubre todo con la capa negra.

El hilillo de sangre escurre hasta el piso.

Se levanta, sonríe, y llena de ánimo se cubre con un negro abrigo que hace juego con su pelo azabache.

Con la fuerza enorme y ajena a su frágil cuerpo lo levanta como volando hasta dejarlo en la parte superior del altillo.

Baja hasta el primer piso y sale a la madrugada.

Es una de las historias que repiten las mujeres cada mañana al barrer las escaleras y las veredas de los cerros porteños.
     




  Julio Díaz

Publicado en Revista La Mancha Nº 20


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