VAMPIRO CAFEINOMANO
V
El hombre
apareció en el dormitorio completamente
vestido de negro acercándose a la cama para susurrarle en el oído : me
esperarás hasta la noche, tienes de todo aquí para no aburrirte, televisión, un
refrigerador con comida y trago, sobre la cómoda hay cigarrillos. Le besó en el
cuello y a ella le pareció que se alejaba flotando hasta la puerta, no fue
capaz de pronunciar palabra. Solo sintió el ruido de la llave en la cerradura.
Cuando reaccionó se encontró sola deseando que el hombre volviera a sus brazos
.
No todo lo que
brilla es oro. Por las noches brillan cosas oscuras arrastrándose por las
calles mal iluminadas. Y también brillan los trajes negros de mujeres y hombres
elegantes. Igual se destacan los taxis que lentamente se desplazan como
escarabajos recogiendo a seres que sólo quieren escapar a la llegada de la
claridad de la madrugada.
Uno de ellos
hizo detener el taxi y se sumergió en el asiento trasero ordenándole al
conductor que apagase la luz interior del vehículo.
Pese a ya ser
mediodía la pieza permanecía a oscuras, con todas sus cortinas tapando las
ventanas. La mujer no se había movido de la cama, atacada por la melancolía y
la debilidad.
En la calle le
conocían por el vampiro. La calle era el barrio, su barrio en los altos de
Valparaíso con sus casas remodeladas y usadas como hoteles, restaurantes o
simplemente locales comerciales. Su casa era una que había pertenecido a
colonos ingleses, dos pisos, madera de calidad, mucha luz en pasillos pero,
también llena de rincones oscuros. Le conocían como el vampiro pues siempre
vestía de negro y salía a carretear al plan todas las noches. Su rostro era más
pálido que el de un panadero. Las mujeres más antiguas de la calle contaban historias
acerca de él y de las jóvenes que entraba a la casa y no volvían a ver jamás.
Suceden hechos
inesperados, es decir, que aguardamos con ansias que exploten y nunca ocurren.
Nunca digas nunca jamás. Es así como las
viejas del barrio inventaban y se imaginaban historias en las que metían al
vampiro como el protagonista principal.
Entra, saca
sin ruido las llaves de la pieza y abre la puerta.
La joven,
ahora totalmente vestida de blanco transparente
yace en la cama y le sonríe.
El se acerca
excitado y se extiende sobre su cuerpo, cubre todo con la capa negra.
El hilillo de
sangre escurre hasta el piso.
Se levanta,
sonríe, y llena de ánimo se cubre con un negro abrigo que hace juego con su
pelo azabache.
Con la fuerza
enorme y ajena a su frágil cuerpo lo levanta como volando hasta dejarlo en la
parte superior del altillo.
Baja hasta el
primer piso y sale a la madrugada.
Es una de las
historias que repiten las mujeres cada mañana al barrer las escaleras y las
veredas de los cerros porteños.
Julio Díaz
Publicado en Revista La Mancha Nº 20
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