CON LOVECRAFT
EN LOS ESPACIOS DEL MIEDO
Se podría consignar que el horror lovecraftiano es en
buena medida un horror arquitectónico. Dan cuenta de ello tanto la ciudad de
errónea geometría que emerge impíamente del mar en La
Llamada de Cthulhu como las casas leprosas de los callejones de
New England, donde se guarecen espantos sin nombre. Para que mencionar The Nameless City, donde el tema es precisamente una urbe ajena a
cualquier patrón humano. Ahora bien, esta impronta arquitectónica del
horror va unida por una parte a la sombra del pasado, se trate del pasado
inmemorial del que emergen monstruos y dioses de pesadilla o de la simple
vetustez de casas y lugares de El
Ceremonial . Se podría decir entonces que lo que inspira el horror en
Lovecraft es lo malsano de la decadencia, los cuerpos en descomposición, lo
antiguo como signo de muerte y aniquilación; se podría proclamar el parentesco
del escritor de Providence con Poe, con ese Poe que escribió Valdemar y La Caída de la Casa Usher ,
el cuerpo en ruinas y la mansión acabada como enseña o metáfora del cuerpo en
ruinas. Se podría, y no faltan razones para ello. Pero tal vez las cosas no son
tan simples, no solo porque ese mismo
Lovecraft albergaba también como hombre una mentalidad que ha sido motejada de
“reaccionaria” y “antimoderna”, una mentalidad vuelta, como la de Novalis,
hacia la medianoche de lo pretérito, sino porque esa mentalidad – y no podría
ser de otra forma - queda asimismo
retratada en sus escritos. Léase, por ejemplo, un cuento como Él, fiel reflejo del traumático período
que nuestro autor pasó en Nueva York, y se verá como el horror se encarna en
toda su impiedad, no en las sombras y casas vetustas del ayer, sino en las
dantescas y aplastantes torres de la
modernidad que han venido a reemplazarlas. Y su impiedad está dada
fundamentalmente por el hecho de que han venido a reemplazarlas, demostrando su
condición maligna en algo que me siento inclinado a calificar como una brutal
“falta de respeto”. Lo moderno es para “este” Lovecraft (indisolublemente unido al “otro”) epítome de
destrucción, de avasallamiento de un mundo para reemplazarlo por otro que en
realidad es un in-mundo, algo abominable. Es probable que este sentimiento
lovecraftiano (o que esta parte del
sentimiento lovecraftiano) pueda hoy sentirlo cualquier ciudadano de Santiago
de Chile al caminar por esos hermosos barrios antiguos que las inmobiliarias en
contubernio con la autoridad ignorante o inescrupulosa están destruyendo ahora mismo. Quien
contemple las siluetas amenazantes de esas torres, no tan distintas de las
imaginadas por Lovecraft en Él, cerniéndose
sobre el borde de las antiguas casas en Ñuñoa o en nuestro casco poniente podrá
entender también como la modernidad, y muy en especial la modernidad
arquitectónica, puede ser una forma del mal.
Esta contradicción lovecraftiana (1) es entonces causa de que su forma particular de horror no tenga salida. O debiera decir, tal vez, que el horror en Lovecraft se constituye como tal precisamente por la imposibilidad de encontrar una salida. El mundo de Lovecraft se presenta como una aporía, como un laberinto que encierra (en) el horror. De allí la condición pesimista de sus escritos, a los que cabe considerar como una muestra especialmente desesperada de existencialismo. El perfecto pesimismo de Lovecraft se traduce consecuentemente en su desconfianza y desdén hacia la mitología del progreso, hacia the american dream. y the american way of life. Y aquí podemos establecer un nexo hacia otro aspecto de su obra. No cabe ninguna duda de que Lovecraft fue durante su madurez literaria un escritor regionalista, que fue – como Hawthorne, como Melville, como el mismo Poe- un autor de New England, del este norteamericano. (2) Fijémonos en la unción con que Lovecraft describe el paisaje y la arquitectura de su región, de la que casi no salió en su vida, de la veneración con que describe Providence, la ciudad que lo vio nacer y morir. Ahora bien , en las coordenadas transversales del país del norte, el este es el lugar de la arribada, aquel donde se sedimenta (en tiempo record, comparado con lo ocurrido en Europa) una tradición, es decir, un llamado a volver la cabeza hacia atrás, hacia el pasado, la condición primera de la nostalgia. El oeste, por el contrario, es la tierra del futuro, el lugar donde todo está por construir, la comarca del emprendimiento donde sólo tiene sentido mirar hacia delante y ser optimista y valeroso. Se trata, desde luego, de una simplificación, pero quizá en la misma se podría encontrar el retrato del alma de H.P. Lovecraft o, menos pretenciosamente, de su propia comarca mental.
Esta contradicción lovecraftiana (1) es entonces causa de que su forma particular de horror no tenga salida. O debiera decir, tal vez, que el horror en Lovecraft se constituye como tal precisamente por la imposibilidad de encontrar una salida. El mundo de Lovecraft se presenta como una aporía, como un laberinto que encierra (en) el horror. De allí la condición pesimista de sus escritos, a los que cabe considerar como una muestra especialmente desesperada de existencialismo. El perfecto pesimismo de Lovecraft se traduce consecuentemente en su desconfianza y desdén hacia la mitología del progreso, hacia the american dream. y the american way of life. Y aquí podemos establecer un nexo hacia otro aspecto de su obra. No cabe ninguna duda de que Lovecraft fue durante su madurez literaria un escritor regionalista, que fue – como Hawthorne, como Melville, como el mismo Poe- un autor de New England, del este norteamericano. (2) Fijémonos en la unción con que Lovecraft describe el paisaje y la arquitectura de su región, de la que casi no salió en su vida, de la veneración con que describe Providence, la ciudad que lo vio nacer y morir. Ahora bien , en las coordenadas transversales del país del norte, el este es el lugar de la arribada, aquel donde se sedimenta (en tiempo record, comparado con lo ocurrido en Europa) una tradición, es decir, un llamado a volver la cabeza hacia atrás, hacia el pasado, la condición primera de la nostalgia. El oeste, por el contrario, es la tierra del futuro, el lugar donde todo está por construir, la comarca del emprendimiento donde sólo tiene sentido mirar hacia delante y ser optimista y valeroso. Se trata, desde luego, de una simplificación, pero quizá en la misma se podría encontrar el retrato del alma de H.P. Lovecraft o, menos pretenciosamente, de su propia comarca mental.
Patricio Alfonso Ulloa
Publicado en La Mancha Nº 20
Notas
(1)
No soy ni mucho menos el
primero en señalarla “ ¡Terrible
contradicción, romántica contradicción entre la huida al pasado y el horror de ese
mismo pasado, entre la fascinación y la repulsión de la muerte! La necrofilia
de Lovecraft – como la de Poe – es, a la vez, necrofobia porque en verdad nunca
se puede amar la muerte” Rafael
Llopis. Los Mitos de Cthulhu. Alianza Editorial, Madrid, 1970. Pág. 32.
(2)
Sobre el regionalismo/realismo
en Lovecraft, veáse Llopis, Los
Mitos...,pág. 21, incluyendo las
citas. Y en este punto, me parece posible emparentar al autor de Providence con
nuestros poetas láricos, quienes prescriben una estética del entrañamiento. Por
contraposición, el horror lovecraftiano vendría siendo un síntoma de
extrañamiento, de una inadecuación radical.
Sobre el autor:
Patricio Alfonso Ulloa nació en Santiago en 1954. Licenciado en Filosofía, ha sido articulista de temas fantásticos y de terror. También ha fundado, junto a otros, el grupo de divulgación fantástica Freaks. Integrante del Colectivo Poliedro. Organizó el centenario de Drácula, en el Centro Cultural Montecarmelo, en 1997 y resultó ganador del Concurso de Cuentos de CF del Departamento Cultural de la Municipalidad de Talagante (1999). Ha publicado textos en los fanzines Fobos, Yermo Frío, Axxón, Revista Literaria La Mancha y el fanzine Alias & Co. , así como en www.goetia.cl y www.vampiros.cl, y en la página web de la Liga Lovecraftiana. También realizó talleres de literatura CF en el Pueblito del Parque O’Higgins.
Ha publicado: Drácula Frente al Espejo ( crítica y ensayo) y El Clóset de Pandora (relatos).
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