Dibujo de Maritza Álvarez |
SEÑORES PASAJEROS
Cuando salió de la oficina,
sintió desde el primer paso miles de cuchillos incrustándose en sus pies. Los
tacones de aguja eran su gran problemática, no tenían dos días de uso y ni
siquiera había pagado la primera cuota. No supo en ese momento si el dolor era
por los zapatos o por la cuenta que se abalanzaba sobre el cuerpo desde el
momento que supo, le sería muy difícil pagar. Puso
sobre sus hombros toda la dignidad que acostumbraba llevar a pesar que su
estómago gruñía por haber pasado todo el día trabajando sin probar bocado alguno y paso a paso,
comenzó su camino a la parada del autobús.
Aquella fría tarde de invierno amenazaba con dejarse
arrasar por la lluvia. Mientras, pensaba que si se largaba el aguacero sería
peor su regreso a casa. Sin paraguas y con traje formal de falda, chaquetilla
corta y tacones aguja sería un total desastre; de pronto reparó en que el desastre
ya estaba en su máxima expresión. El
frío, la lluvia o un cataclismo en ese momento daban lo mismo, solo importaba
el hecho de que había perdido su trabajo y no sabía como llegaría a casa tan
temprano y con tan terrible noticia. Sintió ganas de llorar pero las contuvo,
pues en el paradero había mucha gente y tenía que estar atenta para pelear por
su derecho a subir al autobús. Llamó su atención en ese momento un vendedor
ambulante que ordenaba las calugas que tenía en una modesta cajita, y que luego
contaba las monedas que tenía en la mano. Sintió envidia de ese hombre que
trabajaba solo, sin necesidad de verle la cara a nadie, ni soportar que un jefe
se tomara la atribución de meterle la mano debajo de la falda, solo porque es
el jefe. Sintió pavor de contarle a su marido lo que ese día había pasado.
La
micro asomó desde la otra esquina, y ella observó como la gente se agolpó en la
puerta con el habitual forcejeo por subir primero con la clara intención
de alcanzar un asiento; esa pequeña
guerra es habitual en la gente, todos
disputan algo en la vida, hasta un mísero asiento en la micro, y cuando se
obtiene aflora una expresión de triunfo por sobre el resto, es una pequeña pero
importante manera de sentir poder sobre los demás. Luego se acomodan y fingen
dormir por si aparece una mujer embarazada o una anciana o en el peor de los
casos una mujer con guagua en brazos, así simplemente se desconectan de lo que
pasa alrededor y se aíslan.
Ella
se quedó atrás, mirando con algo de pena la penosa escena de esa guerra no
declarada que se formaba en la puerta de la micro. Esperó con paciencia que
todos terminen de subir, y respiró profundo. El vendedor amablemente le cedió
el lugar pues ella era la única pasajera que faltaba por subir, así que simplemente
aprovechó el espacio que se le estaba dando y subió a la máquina.
Antes
de pagar su pasaje, le salió del alma, así, sin pensar ni haberlo planeado, una
voz que nunca antes había sacado del pecho salió en forma espontánea diciendo:
“Señores
pasajeros, con el permiso del señor chofer, me subo a esta micro no con el
ánimo de molestarles, sino sacando valor de las mismas entrañas para contarles
que hoy, precisamente hoy, perdí mi trabajo. Tengo señores dos hijos en casa
que alimentar y mi marido esta cesante desde hace ya tres años....
... Él es un alcohólico que normalmente me pega
cuando no llevo dinero, o cuando estoy muy cansada y no quiero hacer el amor. Me
cela y me dice que en vez de salir a trabajar de secretaria en una oficina, me
voy a putear en las esquinas de la ciudad, y normalmente inventa historias que
luego cree verdaderas, eso provoca su furia, y cuando pierde el control yo
arranco con mis hijos a la casa de una vecina que tiene muy buena voluntad,
pero desde la última vez, que me acogió, mi marido se fue a meter hasta su casa
y me saco arrastrando del pelo y a ella la amenazo con matarla si volvía a
meterse de alcahuetea de mis “chanchadas”… los señores carabineros acudieron
esa vez en mi ayuda, pero no sirvió de mucho porque la constancia quedó hecha y
a él lo citaron y le dijeron que tenia que hacer una terapia, la que jamás va a
hacer, me lo dijo, y también lo amenazaron que si volvía a lastimarme lo
encarcelarían. Esa vez nada le hicieron pues las lesiones solo eran un par de
mechoneos y el susto, no tenia ni los ojos morados ni estaba sangrando la
nariz. Desde entonces me amenaza que si lo denuncio me va a matar; fui a la comisaría y quedo en constancia su
amenaza, yo de eso nada mas sé.
Hoy
perdí mi trabajo después de dos meses de prueba, mi jefe metió su mano por
debajo de mi falda sin mi permiso, ni siquiera me percaté que estaba detrás,
cuando revisaba un archivo que él mismo me había pedido, solo sentí su mano
grosera y reaccione mal. Le di un buen puñetazo que le llegó por las orejas y
le eché un par de improperios, él me agarró del brazo y me ordenó que guarde
silencio, sacó de su billetera unos billetes y me arrastró con mis cosas hasta
la puerta de la oficina, diciendo que no necesitaba una mujercita alharaca como
secretaria, que él buscaba una mujer capaz de entender que parte de su trabajo
era hacer la jornada agradable, y si yo no era una mujer de amplio criterio entonces
no servía para el trabajo. Tomé mi bolso y salí de allí lo mas rápido que pude,
pero ahora señores pasajeros, yo me pregunto ¿cómo llego a mi casa y le explico
a mi marido todo esto?, él no me va a creer, me va a acusar de haber provocado
al hombre, me va a acusar de sucia una vez más y con el dinero que llevo no me
alcanza ni para pasar la semana.
Por eso es que apelo a ustedes señores
pasajeros y con el permiso bondadoso del señor chofer, me animo a pedirles una
humilde colaboración para poder afrontar este momento en que simplemente ya los
pies me duelen tanto, que siento se me van a reventar, y el estómago me gruñe
de un modo, que no se quién suena mas fuerte, si él o mis palabras”.
Sintió
las miradas de la gente, algunas incrédulas, otras de pena, y otras de risa,
como si en verdad se tratase de un chiste. Una vez más se armó de valor y
mirando de frente a una señora que sentada no la dejaba de mirar sin mayor
expresión en el rostro, le dijo: ¿Usted cree que soy tan mala mujer para
recibir el trato que me da mi marido? Yo no, yo creo que él es un flojo y un
sinvergüenza que debiera salir a trabajar y no quedarse en casa acostado
esperando que le lleve dinero su mujer para tomar. Se
volvió hacia el otro lado y notó la
mirada fría de un anciano que divagaba por el espacio sin poner mayor atención
en ella. Y usted que se hace el que no escucha ¿acaso usted también le pegaba
a su mujer cuando era joven? Por eso me evade?¿ Piensa usted que los hombres
tienen ese derecho por sobre sus mujeres y que está bien? Yo no, yo pienso que
no está bien, ¿sabe? Nunca mis padres me pegaron y ahora un borracho flojo y
sinvergüenza me pega porque no doy lo suficiente. Yo pago las cuentas en mi
casa, pago el arriendo, alimento a mis hijos y les doy educación, y más encima
lo alimento a él y le costeo el vicio. Creo que, simplemente, estoy bien mal en
tolerar todo esto”.
Una
estudiante que miraba con curiosidad le provocó cólera en ese momento: ...y tú,
mocosa de uniforme ¿piensas que esto es muy gracioso? ¡Pon atención!, el día de mañana nadie,
absolutamente nadie tiene que venir a levantarte la voz, a tratarte de puta o
maraca porque llevas dinero en la cartera, ni a obligarte a cumplir con la
tortuosa tarea de satisfacer en la cama a un hombre aunque sea tu marido,
cuando está bebido o te ha pegado, porque eso es aberrante; ni aceptar que te
metan la mano debajo de la falda para poder mantener un empleo.
En
ese momento, miró al chofer y le dijo: Tiene usted razón, el error lo cometí
yo, no debo dejar que esto siga sucediendo. Si el arriendo lo pago yo, entonces
puedo decidir quien vive dentro de la casa. Si la comida la solvento yo,
entonces puedo decidir quien se sienta a la mesa. Mis hijos solo dependen de mi
y puedo irme con ellos a donde me plazca, total si nadie me da dinero y lo gano
yo sola en mi trabajo, entonces simplemente soy sola.
Sus
lágrimas corrieron en ese momento, en que el vendedor ambulante le dijo: Señorita ¿va a subir o no? Y ella en un gesto con la cabeza indicó que no, y
observó cómo el vendedor se subió y comenzó su carrera dentro de la micro con
su habitual pregón ¡Calugón Pelayo!
Mientras
la máquina partía y se alejaba con su
habitual carga humana, se sacó los tacones de aguja y se dirigió descalza y con
los costosos zapatos en la mano al kiosco de la esquina a comprar el periódico,
con la firme decisión de hacer algunos cambios en su vida. Quizás tenga suerte
y encuentre un nuevo empleo o mejor aun, encuentre una casita más pequeña y
económica para arrendar.
Publicado en La Mancha número 19, especial PURO CUENTO.
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