EN MEDIO DEL TRIGAL, UNA PUERTA AMARILLA
Para Amanda y Pablo
Escrito especialmente para La Mancha en su número 15/UNO
Mira, es la puerta, no me cabe la menor duda. Amarilla, exactamente como en el sueño. Te lo conté ¿verdad? Bueno, si no te aburre escuchar, te cuento. Fue hace tres noches atrás, la misma de la tormenta eléctrica, ésa en que vine a casa de los tíos de Beatriz a cenar y me quedé a dormir, tocándome hacerlo en el sillón de cara a la ventana. Pude ver clarísimo cómo reventaban los relámpagos en el cielo, acompañados por el tambor del trueno. Quizás eso sugirió el sueño, no sé. La cosa es que estaba en medio del campo de trigo, absolutamente solo, buscando la salida de ese laberinto de espigas, extrañamente ahogado. Me costaba respirar, sentía la nariz tapada, seca, cosas que pasan en los sueños, ya sabes, como cuando quieres correr y no puedes, o te caes de un árbol y te despiertas de un espasmo, cosas así. Puedes imaginar la angustia que sentía en ese mar de espigas moviéndose al compás del viento que intuía sobre mi cabeza, sin saber si era de día o de noche. ¿Te has fijado que cuando uno sueña las imágenes son nocturnas y sin color? Las mías no, suelo soñar en colores, asociado posiblemente a un reflejo condicionado donde el trigo es amarillo y el cielo es azul, porque así debe de ser según la realidad, no sé si me explico. Bueno, buscando la salida me encuentro con la puerta amarilla mimetizada en la espesura del trigal, absurdamente fija en el suelo, sin más sostén que un marco de madera del mismo color. Si esto ocurriera en la realidad sería horrendo, pero los sueños tienen sus propias reglas donde no existen las leyes de la física. Pues bien, ahí estaba la puerta, fija, anclada en medio del trigal. Era de estirar la mano y tomar el picaporte, abrir la puerta y ver qué pasaba, la cosa era salir del asfixiante campo de trigo y volver a la realidad, la que fuera en ese momento. Sin temor, cosa extraña, giré el picaporte, empujando la puerta con suavidad. Me vi atravesando el umbral y desaparecer del campo de trigo, no me preguntes cómo, tú sabes que en los sueños uno es protagonista y espectador al mismo tiempo, no sabría decirte más, salvo que aparecí en el saloncito de la casa de Beatriz como si nada. Yo dormía en el sillón con un sueño agitado, profundo, inquieto, me veía a mí mismo en el sillón mientras me preguntaba qué pasaba si antes estaba en el campo de trigo del que tenía un vago, remoto recuerdo, hallándome ahora en el saloncito de la casa de Beatriz donde la propia Beatriz aparecía sentada en un rincón leyendo un libro junto a la lámpara. Pensé emocionado que el mundo seguía su marcha inexorable mientras ella…, bueno, tú sabes. Me quedé mirándola como un idiota. Pensé hablarle, pero de pronto ella se volvió hacia mí llevándose el índice a los labios para silenciarme. Recuerdo que me dijo: ahora no, más tarde. Tronó más fuerte y el saloncito quedó en tinieblas. Creo que desperté de un salto. La mano de tía Sole me tocaba el hombro, eran las siete, hora de ir al trabajo, había tenido una pesadilla, le dije. No le mencioné a Beatriz y menos la puerta amarilla en medio del trigal. Creo que ese día no pensé más en Beatriz, tampoco en la puerta amarilla.
Era como ésta, igual, sólo que ésta se sostiene de una casa, no como la otra que se sostenía sobre ella misma. Cuando veníamos la vi de lejos y me pareció que podía ser la misma, no sé por qué. Beatriz me había dicho que hablaríamos más tarde, esto puede ser ahora, quizás si abro la puerta estaré de nuevo en el saloncito de la casa de Beatriz y veré a Beatriz leyendo un libro al lado de la lámpara. No me mires de esa forma, ahora no estoy soñando, sé que suena a locura pero si lo piensas ¿por qué no? Por ahí leí que la vida es sueño ¿será verdad? Si quieres te quedas afuera, yo entro de todos modos, en una de ésas todavía sigo en el sillón del saloncito de la casa de Beatriz, profundamente dormido mientras Beatriz vela mi sueño, leyendo un libro al lado de la lámpara. Detrás de la puerta amarilla ella todavía está viva, fuera del tiempo, como si nunca hubieran pasado las cosas que pasaron. Si quieres te quedas aquí, no es necesario que me esperes, tal vez tarde un poco.
¡Ah! Dile a tía Sole que hoy no llegaré a cenar.
Bernardo Astudillo
Santiago, 15 noviembre 2009
2 comentarios:
Me ha emocionado profundamente...
Felicidades al autor.
Es un cuento extraño, de esos que que te transportan, y quedas en medio de una trama que casi puedes vivir...
me gusta el estilo...
un abrazo.
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