31 de octubre de 2008
SIN PAPEL / Carlos Eduardo Menares Cataldo
30 de octubre de 2008
EL LIBRERO / de Bernardo Astudillo / Mario Benedetti
Hablar de Benedetti es hablar del héroe urbano, aquel que puebla las calles y las oficinas, el hombre común que todos conocemos. Tanto en poesía como en narrativa, Benedetti reboza humanidad, cercanía. Sus poemas, en su mayoría de tendencia social, abordan los temas de su tiempo, pero sin caer en lo panfletario, en lo burdo. Sus poemas de amor, pequeñas obras maestras de cotidianeidad, son reflejos de nosotros mismos, seres humanos sin mayores pretensiones que dejan en los versos un retazo de piel. Difícilmente Benedetti llegará a ser un poeta mayor, ya que su poesía carece de las triquiñuelas de los poetas mayores. Benedetti está contento con ser un poeta menor, según su decir. Bien por él y tanto mejor para nosotros, simples lectores que buscamos un oasis de paz en medio del vendaval de mal llamada poesía con la que nos bombardean todos los días. Leer a Benedetti es ser espectador y protagonista de la vida común, no carente de significado o filosofía, pero ¿quién se resiste a decir a la amada: compañera usted sabe que puede contar conmigo/ no hasta dos o hasta diez/ sino contar conmigo?, o mejor aún: te quiero porque sos mi amor, mi cómplice y todo/ y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos? En fin, mucho se podría hablar de Benedetti, de su múltiple obra, tanto narrativa como poética, de su humor, de su ingenio. Faltarían palabras y sobrarían conceptos, pero como la función de la literatura es revelar al personaje y ocultar al autor, qué mejor que abrir un libro de este uruguayo y simplemente disfrutar.
* Comentario publicado en La Mancha número cinco.
POESÍA / Edith Contador
AMISTAD
cuando los árboles respiran
en largos bostezos matinales
y las flores se acicalan los pétalos,
te pienso amiga del alma.
Te invito a trajinar en el rescoldo de la memoria
buscando los momentos compartidos,
que dejaron raíces de pláticas,
intentando vanamente arreglar el mundo.
tu delantal se arremolina en mi cerebro
y me cubre la cara con el olor a pan
recién servido de tu mesa.
y volar hacia el oasis proclamado
junto al té de manzanilla y las tostadas
que adornaron los mágicos momentos
donde tus sueños y los míos
transitaron riendo los parajes del hastío.
En este instante de lúcidos retablos
ahora que no estás,
mientras tu mente hace una pausa
y te deja en libertad te invito amiga... a volar conmigo.
27 de octubre de 2008
COMENTARIO / Ricardo Sánchez Orfo

A quien le quede el poncho que se lo ponga
(o que se lo enchufe)
por Ricardo Sánchez Orfo
De un tiempo hasta aquí, la venta de casi todos los proyectos neomodernos está ocupando un sitio fabulosamente ornamentado en los petitorios familiares y en las listas navideñas, demás está decir, que también en los cumpleaños felices y, por qué no, en las fiestas ácidas.
El mono es simple, es cosa de pasearse por los moles y los escaparates de nuestra tierna ciudad, y ahí están los aifones, los pendrives, los emepetreses y los emepenosecuánto.
¿Adónde habrá quedado el personal estéreo con el casete de Los Prisioneros a todo chancho?
No sé. Pero vaya que ha cambiado la ley de oferta y demanda, y no se trata de hacer mufa ni guerra contra esas maquinitas endemoniadas que se enchufan triste en las orejas, se trata de retratar la foto de esta nueva familia chilena, se trata de graficar los silencios eternos y las habitaciones oscuras a las que el ensimismamiento yoyoísta nos convida.
No digo que no sea grato e incluso excitante escucharse una del Silvio en un aparato de ésos, pero otra cosa en con guitarra (o, como en este caso, sin guitarra ni nada), porque sí que es notable el impulso de los adentros cuando nadie entorpece el tránsito entre una canción (mala o buena) y nuestras orejas, sucias o limpitas y sin patos.
La tristeza se hace mayor en los casos en que algunos mocosos se enchufan a la hora de almuerzo, a la hora de once, a la hora del desayuno, a la hora de todo e incluso a ninguna hora; y ahí caminan o comen o no hacen nada; pero fuera de eso, están enchufados al aparato cada vez más pequeño que los conecta con la fibra más íntima de la bobedad.
Decía que el mono es simple, bastará escribirle una carta al obeso pascuero, porque esa imagen gorda y peluda que de rojo sólo tiene la ropa, nunca el alma o su ideología barata y comercial, de seguro sabrá traernos la macana ésa, o cualquier otra macana fea de estos días. A fin de cuentas, mientras el pascuero se hace famoso en la tele, los papitos se encalillan hasta más arriba de las canas para que el crío sea feliz, para que el crío se enchufe los domingos y no diga nada, para que el crío se enchufe en la cena de año nuevo y no diga nada; suma y sigue, para que el mocoso se enchufe a la vida y no diga nada. NADA.
No hay nada de malo en los aparatos ésos, salvo algunos pequeños detalles (in) comunicacionales, porque ahora sí es justificado el silencio, porque flaco favor se le hace a la cortesía filial y familiar, porque además aseguramos el abastecimiento y enriquecimiento de los otorrinolaringólogos para cuando el país quede sordo, para cuando la noche quede sorda, para cuando el pasatiempo quede sordo, y para cuando estemos todos sordos y no escuchemos el llanto o la amenaza de otros días peores.
Es lo que tenemos para huir, un cuarto para cada quien, un espacio impersonal, un ojo cerrado para no ver la ventana negra de nuestra delgada y angosta faja de tierra. Es lo que tenemos para vivir, un estrépito en las orejas cuando nadie quiere decir palabras lindas, un reguetón maquiavélico cuando la gente de a poco olvida a Jara y a Rodríguez.
El mono es mucho más simple, nos queda el refugio privado para callar todas las verdades que, de alguna u otra forma, nos obligan a callar.
Ricardo Sánchez Orfo
Poeta de la comuna de maipú, es editor del folletín AMANO e imparte el taller de poesía en la Biblioteca Municipal de Maipú. Puedes comunicarte con él desde el enlace de AMANO.
26 de octubre de 2008
POESÍA / Manuel Celis

Me muero y me ahogo
a veces,
de ayuno, de agua, de alcohol.
Me muero a veces sin saber
donde va la micro.
Entro en las barberías de Matucana
leyendo publicaciones de bolsillo,
buscando el calor de la mañana
y me muero pensando en tu espalda
desierta y solloza en la humedad.
Y para no pensar en ello
voy a la pensión donde vivo
y busco como coleccionista enloquecido
entre los discos Rca Victor
alguna pista, algún indicio,
una calma incompleta
y el sonido refugiado
de las primeras lluvias.
Entonces, las calles se vuelven espejos
y las casas, luciérnagas de humo.
Y el viento norte estrangula
las horas del cansancio y el tiempo me doblega
y anciano, por las tardes
muero de melancolía.
Me aproximo a la ventana
acaricio mi gato
y entonces...
pasan los basureros,
los policías y los ladrones
y todos sus huesos polvorientos y herrumbrados.
Y sin ninguna explicación
en este lugar se llueven volcanes
y eructos rojos,
pañuelos hondos y blancos de incesto.
Ningún invierno es igual a otro
sin embargo, este tiene un algo...
un aire tibio que me abraza
con sus ojos de bufanda.
Y toda mi vida pasa suspendida y sin gloria
y me muero porque no tengo nada que hacer,
sólo sentir que me muero invicto
entre la estatua morena de tu recuerdo
y el relámpago ciego del mundo.
20 de octubre de 2008
POESÍA / Marcelo Mallea

(Día de Muertos, México)
I
Esperan rezando
tejiendo rutas de ánimas
deshojando flores de zempoalxóchitl
El altar es una alegre casita
disfrazada en luto y floresta
con escaleras al cielo.
La Virgen de Guadalupe
emana fríos rayos
y viste de blanda sirena.
Animas regresan
para robar caldo de ajolote
meneado en fondos iluminados
bebiendo el graso corazón
tibio del ave.
Sal para los niños
blanca delicada
vaporosa textura dérmica.
Madres y hermanas
acarician panes de muerto
untando sangrías
en bordes consagrados.
Ríos de tequila
cicatrizando pieles de higos
ciruelas
pacíficas manzanas riendo
soñando moribundas sobre petates.
Un rosario silva entablillado a tejocotes y limas
gobernando padres nuestras Marías
ángeles sembrando olores
heridos al fondo de una olla
orientada a cuatro puntos cardinales
decantada en romero, laurel, albahaca y manzanilla.
Un otoño maduro casi animal
pausado
tritura papeles amarillos morados
para almas acompasadas en cirios
e incienso de copal.
II
Volverán más altos
impresionantes
transitando embutidos junto al Izcuintle.
Comerán violentos moles
beberán mezcal de pueblo
abrigados en silencio.
Toda la noche arderán velas
porque ellos volverán
volverán
cada dos de noviembre
13 de octubre de 2008
POESÍA / Paloma Luz Echeverría

Cómo pude olvidar cuatro fonemas tan precisos...
Cómo olvidó mi memoria el sustantivo
que llenaba mi oración?
Cómo volver a vivirlo, a gritarlo, a poseerlo
si lo dejé escapar?
¿Será que sólo fue imaginación?
¿Un ensueño que quiso ser realidad?
Ni mi llanto te volverá a la vida,
para ello, tendría que nacer de nuevo.
Te extraño
Escultor de mis penas
Jardinero de mis ilusiones
Arquitecto de mis esperanzas, tú
abandonaste tu obra.
un cielo que concluyó
una primavera que pasó, pero...
volverá a florecer mi jardín,
el estío volverá a alegrarme
y el sol volverá a abrazarme
porque soy Luna creciente,
soy la Reina que forjará un imperio.
a lo grato y al libido que hasta ahora,
Y entonces, seré lumbrera
9 de octubre de 2008
EL LIBRERO de La Mancha / Stella Díaz Varín


Los obligo a mis muertos
5 de octubre de 2008
POESÍA / Mario Monasterio C.

La casa de mi infancia no tenía espejos,
a la vera del camino barroso
se sostenía en sus años.
Tampoco tenía vidrios,
nada que reflejara el sol.
Nuestra casa, era una casa pobre y pequeña.
De vez en cuando,
los temporales de mi infancia y el viento norte
remecían nuestra débil choza
y provocaban un gran miedo:
el viento quería descuajar los cimientos invisibles
y las húmedas y delgadas paredes vibraban fuertemente...
En torno a las brasas del invierno
contemplábamos el fuego.
Mi padre siempre tenía una historia,
y mi madre, siempre un quehacer escondido.
Nuestra tertulia terminaba en cenizas blancas
y nuestros sueños tenían perfume de ciruelos y yuyos.
Nuestros amaneceres eran miles de pajarillos y mariposas,
y nuestros juegos tempraneros tenían que ver con caracoles,
con el ruido de escarchas y con el viento frío
revoloteando en nuestros cabellos negros.
Mi casa de la infancia no tenía espejos,
no tenía cristales y no tenía reflejos de sol.
Nosotros, un día descubrimos nuestra faz en el agua,
allí, al menos, yo conocí mi rostro y mi sonrisa.
Nosotros éramos hijos del campo,
hijos de la tierra,
nuestra piel era morena y nuestros ojos pequeños.
La gente morena, de ojos pequeños, nunca necesitó espejos.
La casa de mi infancia tenía frente a sí el campo:
una alfombra verde que nos dejó la pubertad
y que nunca más encontraremos,
que ya nunca existirá.
2 de octubre de 2008
LA ZAPATILLA / Adolfo Ceop y Bárbara Navarrete

Un día, Luis estaba sentado en una plaza; ya era de noche y el estaba solo y desamparado, sin nadie que lo protegiera. De repente se escucha un silencioso pero muy claro susurro a su espalda que decía: “Este niño no conoce a los fantasmas verdaderos como nosotros, pero, AHORA los conocerá”.
El pequeño niño, asustado, se paró y corriendo se fue a su casa. Pero seguía escuchando voces que decían: “buuuuu”.
Luis, aún más asustado corrió lo más rápido que pudo hasta que llegó a su casa, se encerró en su pieza, se acostó en la cama, y ahí... despertó y descubrió que era una pesadilla y que los fantasmas no existen.
Bárbara Navarrete Antinao /6° año B / Escuela Ana Frank
- Si me muevo un poquito estoy perdida – decía Raquelita, la rata más tímida de la comarca -, si viniera ..... suspiro en este momento a distraer esta fiera.... prefiero morir en una emboscada, a ser tragada.
Mientras, Bobadina pensaba: Voy a atormentar a mi festín. Me acercaré un poco más... su corazón parece un tambor. ¡Qué grandiosa soy!, si yo fuera ella arrancaría, pero, ¡qué digo! Es mi presa favorita; mejor le perdono la vida.
Raquelita sacó valor y le gritó: ¡ Mira hacia arriba!, o tú o yo, no tenemos opción.
-¿A quién crees engañar? -. En eso, una sombra le cubrió y Raquelita arrancó.
-Pobre criatura – se dijo -. ¿Tendría hijos?, me quería cazar y fue cazada. Así es la vida: la muerte llega cuando menos la esperamos .
Cuando se le vino el alma al cuerpo, lo contaba a sus hijos en casa.